“Sanar”. Ese es un verbo muy necesitado, trabajado y esperado. ¿Cuántas enfermedades extrañas se han descubierto recientemente? ¿Cuántas enfermedades terminales están llevando a muchas personas a la muerte? ¿Cuántas enfermedades mentales no se han descubierto? ¿Cuántas personas darían lo que fuera por ser sanados de su aflicción y de su dolor? ¿Cuántas personas no pagarían lo que fuera por vivir más cuando están a punto de morir?
Pero, ¿qué decir de aquellas personas que están enfermas y no lo saben? ¿Qué decir de aquellos que dicen estar sanos, pero con sus acciones muestran que están enfermos? Hay muchos casos de estos. Tú puedes estar enfermo físicamente y aún no saberlo. ¿Cómo lo puedes saber? Bueno, físicamente, puedes hacerte algunos exámenes de rutina. Quizá te des cuenta que no estás tan bien como creías. Emocionalmente, debes examinar tu corazón y ver si tienes allí raíz de amargura, dolor, resentimiento y odio. Espiritualmente, debes pedirle a Dios que sane tus heridas y te dé una nueva perspectiva.
Entonces, ¿deseas ser sanado(a)? Dios quiere sanar tu condición espiritual y emocional. Muchas veces, cuando es Su voluntad hasta sana tu salud física. Le puedes pedir: “Señor, si quieres, sáname”. La Biblia dice en Mateo 8:2-3 , “2 De repente, un leproso se le acercó y se arrodilló delante de él. Señor —dijo el hombre—, si tú quieres, puedes sanarme y dejarme limpio. 3 Jesús extendió la mano y lo tocó. Sí quiero —dijo—. ¡Queda sano! Al instante, la lepra desapareció” (NIV).