Se dice que un director de escuelas tenía dificultades con una que quedaba en el campo. Era una escuela muy pequeña, con pocos alumnos, y todos eran rebeldes y difíciles de manejar . Por causa de ellos, tres profesores se habían retirado. El Director ya no sabía qué hacer, pues la escuela tenía mala fama y nadie quería trabajar allí.
Por fin, un hombre solicitó el puesto. Cuando el Director lo vio, tuvo desconfianza, pues el maestro era un hombre delgado y hasta frágil pero como no habían más postulantes, le dio el puesto. A las pocas semanas el director fue al campo a visitar la escuela y quedó sorprendido porque todo marchaba bien. Los alumnos estudiaban, se comportaban bien y el maestro estaba hasta más gordito y contento. ¿Cómo ha logrado usted esto?, le preguntó el director, al maestro. Parece un milagro. Con una sonrisa el maestro le dijo: No fue tan difícil. Le digo la verdad. Al principio, cuando llegué, si lo fue un poco, pero cada vez que un joven se portaba mal, me le comía el almuerzo.
Sin duda, el método que usó para disciplinar les hizo bien a los alumnos igual que al maestro desnutrido. El aplicar disciplina es cosa sumamente necesaria, pero hay que saber hacerlo. La Biblia dice, “para aprender, hay que amar la disciplina; es tonto despreciar la corrección”, (Proverbios 12:1, NTV).