Un personaje muy rico que vivía en los Estados Unidos había escuchado hablar de un hombre en Francia que caminaba la cuerda floja. Según lo que había escuchado, este francés tenía la fama de caminar la cuerda floja a grandes alturas con los ojos vendados empujando una carretilla; algo que el estadounidense no podía creer. Un día le escribió y le dijo que no podía creer que nadie podía hacer la hazaña que se le acreditaba. Le ofreció un millón de dólares para que viniera y cruzara las cataratas de Niagara desde el lado de New York hasta Canadá. El francés inmediatamente aceptó el reto. Llegó el día de la actuación, y muchos se reunieron para ver este acto tan peligroso. El francés subió a la cuerda floja, le vendaron los ojos, y comenzó a caminar empujando la carretilla, mientras que el estadounidense observaba todo y le esperaba en la otra punta de la cuerda. Todos se quedaron fascinados al ver la agilidad con que este hombre caminaba atravesando de un lado al otro sin problema alguno.
Al llegar al otro lado se dirigió al hombre escéptico y le dijo: ¿crees que puedo hacer esto? A lo que le respondió: “Te acabo de ver con mis propios ojos, esto fue algo impresionante”. El francés contesto: “no, no, ¿crees que puedo hacer esto?” El hombre frustrado le contestó, “todos vimos lo que hiciste, fue algo genuinamente digno de admirar”, a lo que el francés contestó, “entonces móntate en la carretilla que nos regresamos al otro lado juntos”. Creo que todos aunque veamos, no queremos montarnos en la carretilla de regreso dejando que Cristo nos lleve por la cuerda floja. Nuestro Dios nos dice, “Pues yo te sostengo de tu mano derecha; yo, el Señor tu Dios. Y te digo: no tengas miedo, aquí estoy para ayudarte”, (Isaías 41:13, NTV).