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“Recordar es vivir” dice el común refrán. En el vagón de los recuerdos albergamos las memorias más preciadas como aquellas que aún pueden minar nuestra vida. Recordar es “armar las piezas de nuevo” para poder sentir, añorar y pensar en las experiencias que nos ha traído la vida.

Se ha comprobado que lastimosamente el ser humano tiene una tendencia a recordar lo negativo y olvidar lo bueno que le ha pasado. Nos acordamos más de las malas palabras, de las malas acciones, de las malas experiencias y de las malas relaciones. Pero, ¿por qué no recordar los mejores momentos donde hemos sobrepasado obstáculos grandes y obtenido gratas victorias? El pueblo de Dios en el Antiguo Testamento en la Biblia tenía la misma tendencia. Ellos olvidaban las grandes cosas que Dios había hecho en sus vidas. Olvidaron que los libró de las manos de los egipcios, que los alimentó y cuidó en el desierto, que los dio victorias milagrosas, y aún cuando conquistaron la tierra prometida, seguían recordando lo malo como si fuera lo bueno. Eso es un reflejo de lo que nosotros hacemos.

¿Por qué no recordar lo que los hombres y mujeres de Dios invitaban al pueblo a recordar? Recordemos las cosas grandes de la vida, los momentos pequeños pero significativos y el valor de la victoria en el día a día.
Si recordar es vivir, entonces recordemos lo bueno y no lo malo. Dios no nos recuerda lo malo, Él recuerda lo que hizo Su Hijo por nosotros. Te aseguro que “si recuerdas las obras de Dios verás de nuevo Su mano en acción”. Eso esta garantizado. La Biblia dice: “Recuerden las maravillas y los milagros que ha realizado, y las resoluciones que ha dictado”, (1 Crónicas 16:12, NTV).