Vivimos en un mundo de complacientes. Es decir, cada ser humano necesita ser complacido y por ende complacer a alguien más. El complacer en su misma definición es “causar agrado o placer”. Unos por un lado tratan de complacer a otros de una u otra forma y no lo logran. Otros dicen que no les importa complacer a nadie. Todos los días se vive en una danza de complacencia y su título es “compláceme y te complaceré”. En otras palabras, “si me agradas, te agradaré”. Sin embargo, parece ser que el ser humano vive en un mundo de insatisfacción y poca complacencia.
Lo que antes nos causaba gozo, ya no lo hace. Lo que antes nos llenaba, ya no nos llena. Lo que antes nos causaba agrado, ya no lo hace. Lo que antes nos placía, ya no nos place. ¿Por qué? La Palabra de Dios dice que nuestro corazón es engañoso, y es allí donde se albergan nuestros sentimientos, emociones y voluntad. El proverbista dice que “en el agua se refleja el rostro, pero en el corazón se refleja la persona”(Proverbios 27:19, NVI)
Si te sientes insatisfecho, sin agrado y poco complacido, busca el complacer a Dios y te darás cuenta que Él te llenará y complacerá mucho más de lo que te puedes imaginar. La Biblia dice, “Ponme a prueba, Señor, e interrógame; examina mis intenciones y mi corazón”, (Salmos 26:2, NTV).