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“Forzados ni los zapatos”, es una frase que se usa popularmente para describir usualmente a una persona o situación que es forzada. El forzar a una persona o las cosas tiene dos posibles respuestas: puede ser productivo o contraproducente. Por ejemplo, hay niños y jóvenes que hay que forzarles a desarrollar ciertas disciplinas de comportamientos que les habilitarán a vivir de mejor manera y obtener mejores resultados en la vida. Por otro lado, hay personas que forzan situaciones o relaciones que a lo último terminan mal.
Por ejemplo, una novia o novio que forza a su pareja a quedarse con él o con ella porque sino dice que puede llegarse a quitar la vida. Ese tipo de manipulación termina mal y usualmente la relación se acaba.

Hay una gran diferencia entre “esforzarse y forzarse”. El esfuerzo es una condición interna del corazón que mueve al ser humano a dar lo mejor de sí y a sacrificarse por el beneficio propio o de otros. El forzarse o ser forzado viene de una presión externa queriendo producir sacrificio y entrega sin sentirse ni valorarse internamente. Tiene que ver con el sentido de valoración personal.

Nuestro Señor Jesús se esforzó a lo sumo para cumplir con la misión encomendada por Su Padre en la tierra. Sin embargo, también fue forzado a hacer cosas que no le fueron fáciles como cargar un madero cuesta arriba o aguantar calumnias que no eran verdad pudiendo desistir de ellas. La verdad es que en la vida tendremos que esforzarnos y muchas veces seremos forzados. Sin embargo, pidámosle a Dios que nos ayude en esos momentos. El Señor Jesús lo vivió cuando dijo, “¡Padre mío! Si no es posible que pase esta copa a menos que yo la beba, entonces hágase tu voluntad” (Mateo 26:42, NTV).