Recuerdo el primer verano que pasé como estudiante en los Estados Unidos. Tuve la oportunidad de poder trabajar para ahorrar para mis gastos y cobros estudiantiles. Sin dominar bien el idioma inglés, me fue dada la oportunidad de trabajar en construcción en la ciudad de Indianápolis, Indiana. Yo me sentía muy alegre por la oportunidad. La mayor parte de compañeros eran anglosajones, así que, nuestra comunicación fue mínima durante los primeros días. Recuerdo en especial, un amigo y jefe quien me ayudó mucho llamado Timothy. Como yo no había trabajado en construcción, no tenía ni idea de cómo usar la mayor de la maquinaria. Es más, hasta usar bien el martillo, algo tan simple, no lo sabía.
La frase célebre de Tim en esos días fue, “yo te puedo enseñar”. Aunque ya era un estudiante universitario, tenía que aprender a desarrollar trabajos arduos a los cuales no estaba acostumbrado. Me volví en un gran observador, estudiante y seguidor de mis compañeros. Después de algunos días, ya había aprendido algunas tareas rutinarias que se me habían asignado. Un día llegó Tim y me preguntó, ¿ya no necesitas que te enseñe tanto, verdad? Yo con una sonrisa en la boca le dije, gracias porque me enseñaste bien.
Esto me puso a pensar en cuantas veces nosotros no tenemos un espíritu enseñable. Dios nos quiere enseñar pero nosotros somos tercos y queremos hacerlo por nuestra cuenta. Recuerda que Él nos dice, “yo te puedo enseñar”. La Biblia dice en Proverbios 3:1-2, “Hijo mío, nunca olvides las cosas que te he enseñado; guarda mis mandatos en tu corazón. Si así lo haces, vivirás muchos años, y tu vida te dará satisfacción”, (NTV).