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“No me molestes”. Esta es la frase que se usa comúnmente. Comenzando por el niño que se frustra a los dos años de edad y grita, “no me molestes”, como el adolescente quien abiertamente tira la puerta de su cuarto enojado diciendo: no me molestes. De la misma manera, el adulto quien con sus acciones ignora a otros incluyendo a sus seres más queridos y sin palabras está gritando: no me molestes, como el anciano quien ya no tiene a nadie quien lo moleste. Al parecer la vida es irónica. Iniciamos gritando no querer la molestia de otros y terminamos añorando la molestia por lo menos de una persona al lado nuestro.

Pero, ¿por qué no queremos que nos molesten o irrumpan nuestra vida? No queremos que nos molesten porque somos seres egoístas. Nos frustramos con otras personas porque en lo más profundo de nuestro ser, nos frustramos con nosotros mismos. Nos molestamos con nuestros pensamientos, con nuestras emociones, con nuestras acciones y con nuestras decisiones. Por ende, nos molestamos con los demás. Las diferencias innatas nos causan molestias y las incongruencias de la vida también logran hacerlo.

Entonces, ¿qué debemos hacer? Reconocer que somos seres egoístas y que nos frustraremos con nosotros mismos. No permitir que las cosas mínimas ni las personas nos logren molestar fácilmente. Identificar la causa de la molestia y no tomar las cosas de manera personal y tan a pecho. Finalmente, pedir a Dios que calme nuestras molestias y nos colme con Su sabiduría. La Biblia dice en el Salmo 34:19, “Muchas son las angustias del justo, pero el Señor lo librará de todas ellas” (NVI).