Se va Marta y con ella un pedazo inmenso del corazón y el sentimiento de aquel reino indomable y libertario de luces de neón, música, arte y poesía que fue La Habana.
Sus canciones llegaron a este mundo predestinadas a ser asidero espiritual para los habitantes de una nación de la que, poco a poco, lastimosamente, va quedando menos.
Estaba escrito en las estrellas lo perdurable de una obra que marcó un punto de giro hacia la modernidad.
La canción en su guitarra siempre fue algo más: alquimia elevada y exquisita en letras y melodías que hoy sobreviven a la ciudad misma que las vio nacer.
Durísimo golpe a los cimientos de la cultura de todos los cubanos, los de adentro y los que (en cualquier rincón del mundo) le agradeceremos siempre el feeling y la luz trascendentales de sus canciones.
Gracias por siempre Marta. Por el regalo de tu afecto, por la sonrisa, la sabiduría, las memorias y esas canciones/maravillas preservando, de alguna manera, el latido profundo de Cuba.