¡Nunca vayas de compras con hambre! No sea que te vayas a querer traer todo lo que se te antoja o vayas a probar lo que te ofrezcan ¡solo porque te mueres de hambre!
Lo mismo sucede con tu hambre espiritual, que nadie puede satisfacer más que Dios. Nadie más sabe qué es lo mejor para ti, que Dios mismo. Puedes empeñarte en seguir comiendo de otros frutos y seguir bebiendo de un vaso roto y sucio, sólo porque tienes hambre y sed. Sin embargo, eso no te garantiza saciedad, satisfacción, nutrición, ni beneficio.
¿Hasta cuándo seguirás empeñado y empeñada en árboles que no dan frutos y en cisternas agrietadas cuando Dios te ha dado un hermoso jardín lleno de árboles frutales y una fuente de agua viva?