La Escritura parece demostrar claramente que a cada hombre se le ofrece un don, medida o semilla de luz o gracia en su alma, que testifica a favor de Dios, testifica contra todo pecado, mundanalidad, carne y maldad, y les invita a reconciliarse con Dios a través del poder y el mérito de Jesucristo. No creo que esto sea algo que venga sólo a ciertas personas desde fuera, sino más bien algo que (a veces) testifica en todas las personas desde dentro, y es (como en las parábolas) un tesoro escondido en un campo, una perla perdida, o una semilla sembrada y disponible en todo tipo de tierra, incluso en el duro camino que no la recibe.