Me gustaría pedirte que te detengas un momento y consideres, ¿por qué te parece tan extraño que Dios pueda vencer a Sus enemigos en el hombre, y establecer Su reino de justicia en el corazón? Es decir, ¿cuál es el fundamento de tu argumento? ¿Es sólo que aún no lo has experimentado en ti mismo? ¿Es ésta una buena razón para no creer en esa posibilidad? No quiero ofenderte de ninguna manera, pero quiero exponer en ti lo mismo que he visto en mí, a saber, un deseo feo de que la libertad del pecado sea imposible, para que la altura de la barra pueda permanecer baja, y yo pueda justificarme y consolarme en mi condición actual.