
«Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y paso de largo. Y lo mismo hizo un levita que llego a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y paso de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, llego a donde estaba el y, al verlo, le dio lastima».
La aproximación de los personajes, jun samaritano que socorre a un judío!, esta puesta para significar que la categoría de prójimo es universal, no particular. Tiene por horizonte al hombre, no en el circulo familiar, étnico o religioso sino al hombre en si mis¬mo, no por algo añadido a su realidad. Prójimo es, así mismo, el enemigo! Los judíos de hecho «no se tratan con los samaritanos!»
Y, he aquí, la segunda enseñanza de la parábola: como hacerse prójimo. Que hizo el samaritano?
«Se le acerco, le vendo las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevo a una posada y lo cuido. Al día siguiente, saco dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: "Cuida de el, y lo que gastes de mas yo te lo pagaré a la vuelta"».
El samaritano comienza con acercarse al herido, se le «aproxima». No puede haber amor efectivo y eficaz si no hay alguna proximidad igualmente real y física. El amor del prójimo comienza frecuentemente con los propios pasos, que interrumpen un camino precise, para ir al encuentro con otro. Con frecuencia, esto tiene este humilde inicio, que no es el más fácil: abandonar el propio ca¬mino, los propios proyectos, el propio futuro y aceptar los del otro durante un cierto tiempo.
Después, el samaritano se ofrece al herido como su futuro inmediato para si mismo: es precisamente lo que hace cuando cura las heridas, vierte el aceite y el vino y carga con aquel hombre en su misma cabalgadura. Durante un cierto tiempo, el herido ha llegado a ser su única preocupación. Lo concrete respecto a la cabalgadura es significativo: el samaritano cede su puesto al herido. Amar es saber ceder el propio puesto y aceptar el del otro. El samaritano es un hombre como los demás, con un pasado, una tradición, una familia, un trabajo, unas leyes y también unos proyectos. Sin duda, le esperaban un trabajo, una familia, unos amigos. Pero, por un cierto tiempo, ha dejado aparte todo esto.
Al final, el samaritano se aleja y continúa su viaje; en cierto sentido, comienza a separarse. Había confiado al herido a una especie de organismo especializado y retribuido; y paga, por esto, al posadero una cuota de dos denarios. Esto demuestra, además, los limites del amor al prójimo, que son los de las relaciones cortas. No se trata de dejar al prójimo abandonado a si mismo sino dejarlo a otros, a los que compete el menester de ocuparse de ello, no pudiendo nadie proveer por si solo a las necesidades de todos.
Al final es clara la respuesta a la pregunta de como hacerse prójimo: con los hechos y no solo con palabras. Juan dirá: «Hijos míos, no amemos de palabra ni con la boca, sino con obras y según
la verdad» (1 Juan 3,18). Si el samaritano se hubiese contentado con acercarse y decirle a aquel desgraciado, que yacía ensangrentado: «Pobrecillo, cuanto me desagrada! ^Como ha sucedido? Animo!» o con palabras semejantes y, después, se hubiese ido, no habría sido todo esto como una broma y un insulto? Escuchemos como se concluye la parábola:
«<:,Cual de estos tres te parece que se porto como prójimo del que cayo en manos de los bandidos? El contesto:" El que practica la misericordia con el". Díjole Jesús: "Anda, haz tu lo mismo" ».
Jesús realiza aquí un giro espectacular respecto al concepto tra¬dicional de prójimo. Prójimo es el samaritano, no el herido, como podríamos esperar. Esto significa que no es necesario esperar pasivamente que el prójimo aparezca en el propio camino, tal vez con tantas señalizaciones luminosas y sirenas desplegadas. Nos toca a nosotros estar prontos para darnos cuenta que esta ahf para descubrirlo. Prójimo es aquel que cada uno de nosotros esta llamado a ser! El problema del doctor de la Ley aparece invertido; de problema abstracto y académico, se hace problema concreto y operativo. La pregunta a plantearse no es: «Quien es mi prójimo?» sino «de quien puedo hacerme prójimo aquí y ahora?»
Frecuentemente se nos ha preguntado si el relato del buen sa¬maritano era una parábola o era una verdadera historia; esto es, si Jesús toma la ocasión de un hecho real acaecido o si, por el contrario, inventa el mismo la escena, como acostumbra a hacer cuando cuenta las parábolas. La respuesta es que en la parábola del buen samaritano, efectivamente, hay una historia verdadera. Pero, no una pequeña historia, como seria la de un robo acaecido a lo largo del camino de Jerusalén a Jericó sino una historia grandiosa. Grande cuanto la misma historia de la humanidad!
Según algunas exégesis antiquísimas, el hombre que descendía de Jerusalén a Jericó es Adán, la humanidad entera; Jerusalén es el paraíso; Jericó, el mundo; los ladrones son los demonios y las pasiones, que hacen caer al hombre en pecado provocándole la muerte; el sacerdote y el levita son la Ley y los profetas, que han visto la situación del hombre, pero no han podido hacer nada para cambiarla; el buen samaritano es Cristo, que ha derramado sobre las heridas humanas el vino de su sangre y el oleo o aceite del Espíritu Santo; la posada, a la que lleva al hombre recogido en el camino, es la Iglesia; el posadero es el pastor de la Iglesia, a la que confía el cuidado; el hecho de que el samaritano prometa volver, indica el anuncio de la segunda venida del Salvador
Ahora, sabemos a quien debemos imitar, quien esta detrás del anónimo samaritano. Amar al prójimo, hacerse cercano a el, es exigido por el seguimiento de Cristo; es el primer deber de quien quiere ser su discípulo. La conclusión «Anda, haz tu lo mismo» nos recuerda lo que Jesús dijo a sus discípulos, después de haberles lavado los pies: «Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros» (Juan 13,15).
La parábola espera encarnarse, por lo tanto, en nuestra vida cotidiana. Escuchando el relato es fácil enojarse con el levita y con el sacerdote, que pasan sin pararse, y, tal vez, para tomar ocasión de acusar a la clase entera de los actuales levitas y los sacerdotes. Que las palabras de Jesús, en primer lugar, deben hacernos reflexionar a nosotros, el clero, esta fuera de duda. Pero, seria buscar pretextos limitarse a hacer esto. Cuantas personas «medio muertas» (en el cuerpo o en el espíritu) hemos encontrado, sacerdotes y laicos, en la vida y posiblemente también hemos caminado hacia adelante!
La parábola del buen samaritano tiene en nuestros días un ámbito de aplicación totalmente nuevo. Los modernos bandidos, que dejan a las personas medio muertas por el camino, son los que nos ven necesitados y pasan de largo de muchas maneras: INDIFERENCIA
Haz tú lo mismo!
Jesús es el buen samaritano, es el hombre más próximo a todo hombre y a todos los hombres. La grandeza de la vocación cristiana está en que Jesús no nos dice: "ve y enseña tú lo mismo", sino "ve y haz tú lo mismo". Como nos dirá Santiago: "La fe sin obras es una fe muerta". Hoy cada cristiano es llamado a repetir a Jesús en su vida, a hacer del buen samaritano un propio seudónimo. Jesús dice a algunos cristianos: "Haz tú lo mismo en tu casa: con tu mamá que está enferma; con tu vecino, que es anciano y no puede valerse por sí mismo para muchas cosas; con tu hijo que tuvo un accidente y habrá de vivir el resto de su vida en silla de ruedas". A otros cristianos Jesús dirá: "Ve y haz tú lo mismo cuando vas por la calle, dando limosna con gusto a quien te la pida, informando amablemente a quien te pregunta por una dirección o por el nombre de un negocio; ve y haz tú lo mismo cuando vas en el autobús o en el metro, cediendo el asiento a los ancianos, a las madres con niños pequeños, a los minusválidos, siendo respetuoso y dueño de ti mismo cuando el autobús va a tope y te empujan por todas partes o incluso intentan robarte". Haz tú lo mismo: esta frase la deberíamos tener presente en nuestra mente y en nuestro corazón a lo largo de todos los días. Una frase que posee un potencial enorme de creatividad y de impulsos nuevos a la acción en favor de nuestros hermanos los hombres. Haz tú lo mismo: esta sola frase es capaz de inventar el futuro, de fraguar un mundo nuevo y mejor. ¿Cuántos cristianos haremos caso?