
Era la noche del jueves, «antes del día solemne de la Pascua. Sabia Jesús que había llegado su hora», que aquel era el día en que, al morir, «había de pasar de este mundo a su Padre, y aunque siempre había tenido mucho amor a los suyos, que estaban en este mundo, al final de su vida les dio mayores muestras de este amor». Una vez terminada la cena, Judas ya decidido a venderle, El, Hijo Único de Dios, lleno de ternura y amor hacia los suyos, se levanto de la mesa, se quito la túnica, se ciño una toalla, y echo agua en un labarillo, se arrodillo, y se dispuso a lavar los pies de sus discípulos (Jn 23).
Al hacer esto, no solo dio un gran ejemplo de humildad, sino de amor. El amor nunca tiene en poco ningún trabajo por bajo que sea. Y esto hizo el Señor, «se humillo y tomo el aspecto de un siervo» (Filip 2, 7); y no tuvo asco, nada mas comer, de limpiar los pies sucios de los apóstoles Aquel que tuvo amor al lavar con su sangre nuestros pecados.
Empezó por Pedro, al que solía dar el primer lugar como cabeza de los apóstoles. Es así como debe empezar la limpieza y reforma de las costumbres: por los que hacen cabeza. Pero Pedro, al ver una cosa tan nueva e insólita, se negó con su vehemencia acostumbra-da: «señor, tú lavarme a mi los pies?!». Esto es mas para pensar que para explicarlo, dice San Agustín: «Tú... a mi». ¿Quien es ese «Tu»; quien, ese «a mi»?
El Señor insistió, pues aunque la negativa de Pe¬dro nacía sin duda de respeto hacia su Maestro, también era debida a ignorancia: no conocía los fines que pretendía el Señor, no se daba cuenta que quería expresar con aquello la necesidad de limpieza interior antes de recibir el Cuerpo y la Sangre que poco después les iba a dar. No es posible alcanzar la limpieza de las propias culpas si El mismo, no las lava con su propia Sangre. Todo esto quería enseñar el Salvador a Pedro, que no veía mas que lo de fuera; por eso Jesús respondió: «Lo que Yo hago no lo entiendes ahora». Tengo razones suficientes para hacerlo, si las supieras no intentarías impedírmelo; pero como ahora no las sabes, te opones; déjame ahora lavarte los pies como Yo quiero, que «a su tiempo lo entenderás».
Pedro siguió negándose en su testarudez, quizá pensaba que la única razón que el Señor decía era por darles ejemplo de humildad, y el no podía consentir que se humillase a sus pies; de ahí que le respondiera enérgicamente: «No me lavaras los pies ni ahora ni a su tiempo ni nunca!».
Ante la testarudez de Pedro, que no se quería dejar lavar los pies por Aquel que iba a lavar todos sus pecados, le contesto con la misma energía: «Si Yo no te lavo no tendrás parte de mi herencia!». No intentes, Pedro, impedir que quite los pecados a los hombres porque no lo puede hacer otro sino Yo, que «he venido al mundo a servir y no a ser servido, y a dar mi vida como rescate por todos los hombres» (Mt 20, 28); y no exageres tu cortesía y educación hasta el punto de hacerte daño a ti mismo porque, si no te lavo Yo, puedes despedirte de mi amistad, y serás para mi como quien no tiene nada que ver conmigo.
Entonces se vio que la negativa de Pedro no nacía sino de respeto y de humildad: al entender lo mucho que le importaba dejarse lavar, se ofreció a que le lavase «no solo los pies, sino las manos también, y la cabeza». El Salvador le dijo: «E1 que se ha bañado no tiene necesidad de lavarse mas que los pies, que en todo lo demás esta ya limpio» (Jn 13, 10). Esto suele suceder, cuando uno sale del baño se ensucia un poco los pies, y se los tiene que volver a limpiar. Cuando uno esta limpio de pecados mortales, puede ser que se ensucie un poco con pecados veniales, y es conveniente que se lave, y es necesario que cada vez se purifique mas para recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
El Señor tenia clavada en el corazón la perdida de Judas, y no dejo escapar esta nueva ocasión; así que, para demostrarle su sentimiento, para moverle a que se arrepintiera, como de paso, añadió: «Vosotros estáis limpios, pero no todos». Porque como sabia quien le había de entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».
Luego, todos se dejaron lavar los pies, y ninguno se atrevió a poner la más mínima resistencia después de oír lo que el Señor había respondido a Pedro.
Ya que el Salvador dijo que hiciésemos con nuestros hermanos lo que El había hecho con nosotros, debemos estar muy atentos a lo que El hizo para saber lo que debemos nosotros hacer.