
Hoy, Miércoles de Ceniza, Jesús me está introduciendo a esta cuaresma, del año 2007 y en el Evangelio me está proponiendo el modo de llevar a cabo esas obras de piedad personal que me encaminarán hacia los días santos, hacia la Pascua. Todo “en lo secreto” nos dice el Señor, y me pide así una religiosidad que, naciendo de una vida interior, pueda llevar a cabo acciones envueltas en una total pureza de intención, que se traduce en dirigir todo a Dios. De esta manera, Señor, descubro algo que me está sugiriendo este Evangelio y que es empezar la cuaresma tratando de vivir las virtudes teologales: la fe en que Dios está presente viendo mis actitudes, la esperanza en su recompensa, si aquellas son rectas, y la caridad, que es el amor a Dios que debe conllevar mi limosna, mi ayuno y mi oración.
Al hablarme, Señor, de la oración en este Evangelio, no me puede ya caber ninguna duda de la importancia fundamental que tiene ese medio de santificación, ese compromiso que me parece difícil y que a veces omito: “la meditación”. “Entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre que está allí, en lo secreto” (Mt 6, 6). Son tus palabras, Jesús, que me invitan, me proponen y me aseguran un diálogo que quiere tener conmigo, diariamente, mi Padre Celestial. ¡Cómo no voy a dedicar a ello algún espacio en el día!
Jesucristo, yo deseo con toda el alma acercarme más a Ti en esta cuaresma; me doy cuenta que ello se irá haciendo realidad en la medida en que vaya yo practicando, con voluntad y constancia, la oración.
Es importante reconocer el significado y la importancia del miércoles de Ceniza como el inicio formal de la Cuaresma.
El miércoles de Ceniza es el principio de la Cuaresma; un día especialmente penitencial, en el que manifestamos nuestro deseo personal de conversión a Dios.
Al acercarnos a los templos a que nos impongan la ceniza, expresamos con humildad y sinceridad de corazón, que deseamos convertirnos y creer de verdad en el Evangelio.
El origen de la imposición de la ceniza pertenece a la estructura de la penitencia canónica. Empieza a ser obligatorio para toda la comunidad cristiana a partir del siglo X. La liturgia actual, conserva los elementos tradicionales: imposición de la ceniza y ayuno riguroso.
La bendición e imposición de la ceniza tiene lugar dentro de la Misa, después de la homilía; aunque en circunstancias especiales, se puede hacer dentro de una celebración de la Palabra. Las fórmulas de imposición de la ceniza se inspiran en la Escritura: Génesis, 3, 19 y Marcos 1, 15.
La ceniza procede de los ramos bendecidos el Domingo de la Pasión del Señor, del año anterior, siguiendo una costumbre que se remonta al siglo XII. La fórmula de bendición hace relación a la condición pecadora de quienes la recibirán.
El simbolismo de la ceniza es el siguiente:
a) Condición débil y caduca del hombre, que camina hacia la muerte;
b) Situación pecadora del hombre;
c) Oración y súplica ardiente para que el Señor acuda en su ayuda;
d) Resurrección, ya que el hombre está destinado a participar en el triunfo de Cristo;
La ceniza es el residuo de la combustión por el fuego de las cosas o de las personas. Este símbolo ya se emplea en la primera página de la Biblia cuando se nos cuenta que "Dios formó al hombre con polvo de la tierra" (Gen 2,7). Eso es lo que significa el nombre de "Adán". Y se le recuerda enseguida que ése es precisamente su fin: "hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho" (Gn 3,19).
Por extensión, pues, representa la conciencia de la nada, de la nulidad de la creatura con respecto al Creador, según las palabras de Abrahán: "Aunque soy polvo y ceniza, me atrevo a hablar a mi Señor" (Gn 18,27).
Esto nos lleva a todos a asumir una actitud de humildad ("humildad" viene de humus, "tierra"): "polvo y ceniza son los hombres" (Si 17,32), "todos caminan hacia una misma meta: todos han salido del polvo y todos vuelven al polvo" (Qo 3,20), "todos expiran y al polvo retornan" (Sal 104,29). Por lo tanto, la ceniza significa también el sufrimiento, el luto, el arrepentimiento. En Job (Jb 42,6) es explícítamente signo de dolor y de penitencia. De aquí se desprendió la costumbre, por largo tiempo conservada en los monasterios, de extender a los moribundos en el suelo recubierto con ceniza dispuesta en forma de cruz. La ceniza se mezcla a veces con los alimentos de los ascetas y la ceniza bendita se utiliza en ritos como la consagración de una iglesia, etc.
La costumbre actual de que todos los fieles reciban en su frente o en su cabeza el signo de la ceniza al comienzo de la Cuaresma no es muy antiguo.
En los primeros siglos se expresó con este gesto el camino cuaresmal de los "penitentes", o sea, del grupo de pecadores que querían recibir la reconciliación al final de la Cuaresma, el Jueves Santo, a las puertas de la Pascua. Vestidos con hábito penitencial y con la ceniza que ellos mismos se imponían en la cabeza, se presentaban ante la comunidad y expresaban así su conversión.
En el siglo XI, desaparecida ya la institución de los penitentes como grupo, se vio que el gesto de la ceniza era bueno para todos, y así, al comienzo de este período litúrgico, este rito se empezó a realizar para todos los cristianos, de modo que toda la comunidad se reconocía pecadora, dispuesta a emprender el camino de la conversión cuaresmal.
En la última reforma litúrgica se ha reorganizado el rito de la imposición de la ceniza de un modo más expresivo y pedagógico. Ya no se realiza al principio de la celebración o independientemente de ella, sino después de las lecturas bíblicas y de la homilía. Así la Palabra de Dios, que nos invita ese día a la conversión, es la que da contenido y sentido al gesto.
Además, se puede hacer la imposición de las cenizas fuera de la Eucaristía -en las comunidades que no tienen sacerdote-, pero siempre en el contexto de la escucha de la Palabra.