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El cultivo de la caña de azúcar fue introducido a la provincia de Michoacán por el encomendero de Taximaroa, Gonzalo de Salazar en los primeros meses de 1544.

Por ese tiempo, haciendo uso de sus influencias, este encomendero obtuvo el permiso del virrey para comprar 20 caballerías de tierra en las cercanías de Zitácuaro en donde pretendía establecer un plantío de caña y construir un trapiche para producir azúcar. Para 1551, en algunos documentos se hablaba del éxito que ya tenía el trapiche en Zitácuaro, de donde se enviaban cargamentos de azúcar y otros productos derivados de la caña a la ciudad de México. Unos años después, el cultivo se extendió a otros lugares de la Tierra Caliente, incorporándose a los paisajes tropicales. Así, el verdor de los cañaverales y las columnas de humo que levantaban los chacuacos o chimeneas de los trapiches a lo lejos, indicaban el despegue de la actividad azucarera en tierras michoacanas.

Poco después, el cultivo de la caña de azúcar se desplazó de Zitácuaro a las cercanías de Tuzantla, principalmente a un lugar llamado Tiripitio, en donde el español Miguel Luis Acevedo estableció un cañaveral y fundó un trapiche o ingenio, para producir azúcar. Para 1592, los indios de Tuzantla se quejaban ante las autoridades virreinales, que desde 1583 aportaban nueve trabajadores de repartimiento cada semana para las labores del ingenio, sin que durante ese lapso se les hubieran cubierto los salarios que inicialmente se habían convenido, lo que era motivo de disgusto. En atención a estos agravios, el virrey Luis de Velasco ordenó al Alcalde mayor de Temascaltepec que obligara al dueño del trapiche a cubrir seis reales de plata por cada semana de trabajo, tanto en el beneficio de la caña como en las actividades de la molienda y elaboración del azúcar.

Por lo que se refiere a la producción generada en los trapiches ubicados entre Ajuchitlán y Pungarabato se observa un crecimiento más o menos estable durante las últimas décadas del siglo. Sin embargo, el auge azucarero en tierras michoacanas no estuvo exento de serias dificultades surgidas entre los dueños de los trapiches y algunos pueblos indígenas. Por ejemplo, en 1702, los naturales del pueblo de Santiago Atapan, en la jurisdicción de Peribán, denunciaron ante las autoridades virreinales al español Domingo Rebollar y de la Cueva, vecino de Tingüindín, dueño del trapiche nombrado El Salitre, por despojo de tierras y vejaciones a sus personas. El punto central de sus acusaciones consistía en que los sirvientes mulatos y negros del dueño del trapiche, los maltrataban con azotes e injurias, para obligarlos a cortar y acarrear la caña y a participar en otras actividades relacionadas con la elaboración de azúcar, además de presionarlos para que adquirieran diversos productos que se expendían en una tienda propiedad de Rebollar.

Para la producción de azúcar el método de defecación era más complicado, según pudo observar en 1874 el médico Pablo García Abarca en la región cañera del Valle de Los Reyes: “El azúcar se forma depurando en la última caldera la miel, combinándose con potasa, lejía; con cal y ceniza se prepara; ésta se separa la fécula y mucílago. Se evapora más, para cristalizarla, separando la incristalizable; si se purifica con albúmina u otra sustancia como carbón vegetal, o con sangre de buey, que obra por la mucha albúmina que contiene queda más fina; de aquí se pasa a las formas; en moldes nombrados porrones y se deja escurrir y cuando ha bajado más de dos pulgadas se le pone encima barro negro; luego que se seca lo sacan, lo tiran y vacían el azúcar de los moldes, lo pican y lo maceran para volverlo a colocar de nuevo en las formas y moldes y repiten la operación si no sale bueno”.