Desde los comienzos de la agricultura, el amaranto formó parte importante de la dieta de mujeres y hombres mesoamericanos; su trascendencia deriva de que se integraba, como el maíz, a su mundo profano y sagrado, ya que su consumo era cotidiano y al menos entre los mexicas –como se relata en las fuentes históricas– se utilizaba en las fiestas del calendario ritual, y si bien no se le personificó como al maíz, sirvió para dar forma a numerosas deidades y objetos rituales.