Celebramos y adoramos a Jesús,
verdaderamente presente en el pan y en el vino consagrados.
No ha diferencia; Jesús de la Eucaristía
es el mismo Jesús nacido de María en Belén,
el mismo que 'pasó haciendo el bien a todos', que murió en la cruz y resucitó al tercer día.
Su presencia real, viva y eficaz
es transformadora para nosotros
y despierta nuestra más profunda adoración.