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Roboán y todo Israel abandonaron la ley del Señor, le fueron infieles. Por eso Sisac, rey de Egipto, atacó a Jerusalén, conquistó las ciudades fortificadas de Judá y llegó hasta Jerusalén.

Entonces el profeta Semaías se presentó ante Roboán y los jefes de Judá que por miedo a Sisac se habían reunido en Jerusalén, y les dijo: —Así dice el Señor: “Como ustedes me abandonaron, ahora yo también los abandono, para que caigan en manos de Sisac”.

Los jefes israelitas y el rey confesaron con humildad: —¡El Señor es justo!

Cuando el Señor vio que se habían humillado, le habló nuevamente a Semaías y le dijo: «Puesto que han mostrado humildad, ya no voy a destruirlos; dentro de poco tiempo los libraré. No voy a permitir que Sisac ejecute mi castigo sobre Jerusalén,aunque sí dejaré que los someta a su dominio, para que aprendan la diferencia que hay entre servirme a mí y servir a los reyes de otros países».