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Todos los jefes y todo el pueblo llevaron alegremente sus contribuciones. Esto lo hacían todos los días, y así recogieron mucho dinero.

El rey y Joyadá entregaban el dinero a los que supervisaban la restauración. Cuando terminaron la obra, el dinero que sobró, lo utilizaron para hacer utensilios para el culto y para los holocaustos, y cucharones y vasos de oro y de plata.

Todos los días, mientras Joyadá vivió, se ofrecieron holocaustos en el templo del Señor, pero envejeció, y a los ciento treinta años murió .
 Fue sepultado junto con los reyes en la Ciudad de David, porque había servido bien a Israel y a Dios y su templo.