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Las tropas que Amasías había dado de baja se lanzaron contra las ciudades de Judá, mataron a tres mil personas y se llevaron un enorme botín.

Cuando Amasías regresó de derrotar a los edomitas, se llevó consigo los dioses de los habitantes de Seír y los adoptó como sus dioses, adorándolos y quemándoles incienso. Por eso el Señor se encendió en ira y le envió un profeta con este mensaje:

—¿Por qué sigues a unos dioses que no pudieron librar de tus manos a su propio pueblo?

El rey interrumpió al profeta y le replicó: —¿Y quién te ha nombrado consejero del rey? Si no quieres que te maten, ¡no sigas fastidiándome!

El profeta se limitó a añadir: —Solo sé que, por haber hecho esto y por no seguir mi consejo, Dios ha resuelto destruirte.

Sin embargo, el rey de Judá, envió mensajeros a Joás, rey de Israel, con este reto: «¡Ven acá, para que nos enfrentemos!»

El rey de Israel, le respondió: «El cardo del Líbano le mandó este mensaje al cedro: “¡Entrega a tu hija como esposa a mi hijo!” Pero luego pasaron por allí las fieras del Líbano, y aplastaron el cardo.Tú te jactas de haber derrotado a los edomitas; ¡el éxito se te ha subido a la cabeza! Está bien, jáctate si quieres, pero quédate en casa. 

¿Para qué provocas una desgracia que significará tu perdición y la de Judá?»