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No hay ser humano que no peque. 
Si tu pueblo peca contra ti y tú te enojas con ellos y los entregas al enemigo para que se los lleven cautivos a otro país, si se arrepienten y se vuelven a ti, y oran a ti diciendo: 
“Somos culpables, hemos pecado, hemos hecho lo malo”; oye tú sus oraciones y súplicas desde el cielo, donde habitas, y defiende su causa. 
¡Perdona a tu pueblo que ha pecado contra ti! Dios mío, te ruego que tus ojos se mantengan abiertos, y atentos tus oídos a las oraciones que se eleven en este lugar.

»Levántate, Señor y Dios; ven a descansar, tú y tu arca poderosa.
 Señor y Dios, ¡que tus sacerdotes se revistan de salvación!
     ¡Que tus fieles se regocijen en tu bondad!            
Señor y Dios, no le des la espalda a tu ungido.     
¡Recuerda tu fiel amor hacia David, tu siervo!»