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Naamán, jefe del ejército del rey de Siria, era un soldado valiente, pero estaba enfermo de lepra.

Un día la muchacha le dijo a su ama: «Ojalá el amo fuera a ver al profeta que hay en Samaria, porque él lo sanaría de su lepra».

Y así Naamán se fue, llevando treinta y seis mil monedas de plata, y de oro. 

Se presentó ante el rey de Israel con una carta que decía: Te lo envío para que lo sanes de su lepra.

Al leer la carta, el rey de Israel exclamó: ¿Y acaso soy Dios, para que ese tipo me pida sanar a un leproso?

Cuando Eliseo, hombre de Dios, se enteró, le envió este mensaje: ¡Mándeme usted a ese hombre, para que sepa que hay profeta en Israel!

Mañana veremos en que termina este leproso y el pueblo.