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El amor es como una llama ardiente; pero no debemos olvidar que proviene de Dios; y no debemos confundirlo con una simple pasión. El amor que proviene de Dios, debe llevar la consigna del amor divino: respeto, cariño, amabilidad, paciencia, cuidado, protección, entrega, etc. El amor que proviene de Dios es fuerte, resistente, inapagable. Quienes se casan, lo hacen para toda la vida. Hasta que la muerte los separe. Pero en muchos lugares esto suena como una utopía. Algo absurdo e ilógico. Sin embargo, el verdadero amor es así, fuerte, celoso, capaz de soportar cualquier tormenta. Inapagable, aunque fuertes aguas vengan en su contra. La sulamita pide eso: yo quiero ser grabada en tu corazón como un sello. No quiero que nadie más se interponga en nuestra relación. Así es el amor. Sano, hermoso, y no debemos olvidar que es un don, un regalo de Dios. Que Dios nos ayude a cuidar de ese amor, si ya lo tienes, pídele a Dios que avive esa llama con su amor; y si ese amor aún no ha llegado a tu vida, pídele a Dios que te permita encontrarlo, con su bendición. Que el Señor te bendiga.