La campaña militar de Asiria finalmente llegó hasta Jerusalén. Aquí Isaías nos cuenta que Senaquerib ya había destruído varias ciudades en Judá, incluyendo a Laquis. Y la siguiente en la lista era Jerusalén. Por lo tanto envió al Rabsaces, o Jefe del Estado Mayor, para buscar la rendición de Jerusalén. El discurso de este Jefe del Estado Mayor, refleja perfectamente el pensamiento y el actuar de Asiria, por donde quiera que iban. Primeramente, ellos trabajaban con el miedo. El miedo siempre paraliza. Si podían intimidar a Jerusalén, y llevarlos a una rendición, ahorrarían tiempo y energía, en vez de tener que combatir contra Jerusalén. Los asirios tenían un extenso currículum de victorias, incluyendo la capital del reino del norte, Samaria. Su discurso era lógico: nadie los puede salvar. Ni los egipcios, ni su propio Dios. Somos invencibles. Ríndanse, y les perdonaremos la vida; y serán llevados a otra tierra como esta. Los asirios al igual que los babilonios, practicaban las deportaciones masivas. Sabían que si sacaban a la gente de su tierra, sería muy difícil que en el futuro se organizaran y se rebelaran en su contra. El pecado de los asirios fue su orgullo. Se volvieron blasfemos y por lo tanto, aunque Jerusalén merecía el castigo; Dios verdaderamente vendrían en su auxilio, y los libraría de los asirios. Que el Señor nos de la fe suficiente para confiar en el Señor, y para entender que para Él no hay nada imposible. Que el Señor te bendiga.