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Jerusalén fue elegida por Dios para poner allí su nombre. Era el lugar donde todo Israel debía venir para adorarlo. Pero Isaías anuncia un juicio severo contra la capital de Israel. Se anuncia que Dios cortaría sus bendiciones. Ya no les daría el agua y el alimento. Las bendiciones de Dios son una de las grandes razones que tenemos para adorarlo y para estar agradecidos. Sin sus bendiciones, moriríamos. Él es quien nos sustenta. Sin la luz del sol, sin el aire, sin el alimento, no se puede vivir. ¿Por qué Dios les quitaría sus bendiciones? Porque las bendiciones los habían vuelto personas orgullosas. Muchos líderes de la nación se volvieron incluso ambiciosos y criminales. Le estaban robando a los pobres. Se cometían toda clase de injusticias. La consecuencia sería que Dios permitiría que gobernaran reyes crueles e ineptos. La nación descendería en un estado de caos y desorden. Dios también anuncia un juicio contra las mujeres de Jerusalén. Ellas estaban acostumbradas a una buena vida. Se llenaban de adornos y de ropas elegantes. Isaías les adviritió que llegaría el día en que perderían todo eso. Sus esposos morirían en batalla, y ellas se despojarían de todos sus adornos. El problema no son los adornos. El problema es el corazón, las actitudes, y las motivaciones. Si el adorno externo es solo para llamar la atención, o para envanecerme, entonces se vuelve un pecado. Dios mismo promete en ciertos pasajes adornarnos. ¿Pero para qué? Para que nuestra belleza sea una razón para adorarlo a Él, la fuente de toda bendición. Nunca olvides de donde vienen tus bendiciones. Adora al Señor, y no permitas que tu corazón se llene de orgullo. Que el Señor te bendiga.