Cuando decimos algo contrario a lo que Dios dice, es obvio que, o nosotros estamos mintiendo o Dios está mintiendo. Pero sabemos que Dios no miente, y aún así, al insistir en afirmar que no caemos en pecado, estamos llamando indirectamente a Dios mentiroso.
"Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros", (1 Juan 1:10, RV60).
"Si afirmamos que no hemos pecado, llamamos a Dios mentiroso y demostramos que no hay lugar para su palabra en nuestro corazón", (1 Juan 1:10, NTV).