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Cuando aceptamos a Cristo como Señor y salvador somos salvos de la esclavitud del pecado en este mundo, pero también nuestro destino eterno cambia. El destino del creyente es estar delante de la presencia de Dios.

"Él los llamó a la salvación cuando les anunciamos la Buena Noticia; ahora pueden participar de la gloria de nuestro Señor Jesucristo", (2 Tes. 2:14, NTV).