El salmista habla de Dios como si fuera un escudo que lo rodea, es decir, un escudo que lo protegía totalmente.
"Pero tú, oh Señor, eres un escudo que me rodea; eres mi gloria, el que sostiene mi cabeza en alto.Clamé al Señor, y él me respondió desde su monte santo", (Salmo 3:3-4, NTV).
"Mas tú, Jehová, eres escudo alrededor de mí; Mi gloria, y el que levanta mi cabeza.Con mi voz clamé a Jehová, Y él me respondió desde su monte santo",(Salmo 3:3-4, RV60).