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Siempre que hay un verdadero arrepentimiento, Dios está dispuesto a limpiarnos y a levantarnos. La humildad delante de Dios resulta en que él nos restaure y nos regrese a nuestra comunión con él.

"Derramen lágrimas por lo que han hecho. Que haya lamento y profundo dolor. Que haya llanto en lugar de risa y tristeza en lugar de alegría. Humíllense delante del Señor, y él los levantará con honor",  (Santiago 4:9-10)