Primer Domingo de Adviento
¡Atención! Jesús viene, está muy cerca. Eso es lo que la liturgia nos recuerda estos días. Despierta, vigila, prepárate. Es lo que las oraciones de la Misa nos dicen, aumentando la presión con la llegada de la Navidad: está en camino, solo faltan unos días, ya llega, golpea la puerta, ya la está abriendo. Cuando llegue, tenemos que estar con nuestro móvil en alto, la cámara de fotos abierta, preparados para un selfi. No puede encontrarnos jugando en el computador, mandando mensajes o surfeando el internet. Sino pasará de largo, sin parar en nuestro corazón.
Celebramos tres venidas de Jesús. Primero vino hace dos mil años como hombre. Va a venir al final de los tiempos como juez. Ahora viene como un bebe. Pero también viene cada día a nuestro encuentro, pasando por nuestras vidas. Navidad es un recordatorio de esta realidad. Jesús no solo vendrá a recogernos cuando nuestro tiempo se acabe, sino que quiere que experimentamos su presencia cada día.
Debemos decirle que le esperamos, que queremos estar con él. Es lo que repite la gente que se ama. Sabemos que lo necesitamos, pero nos olvidamos, nos distraemos. La Iglesia nos lo recuerda. Eso es lo que Adviento significa, Parusia en griego, Adventus en latín: presencia, llegada, venida. Ven Señor Jesús, Maranatha en hebreo o Veni Domini Iesu en latín. Al final de la Biblia, las últimas palabras del libro del Apocalipsis, San Juan exclama: Ven Señor Jesús. Es el grito que tenemos que repetir estos días, deseando que venga, esperándole con expectación.
El profeta Isaías nos recuerda lo que tenemos que hacer: “Trazad una calzada recta a nuestro Dios. Que todo valle sea elevado y todo monte y cerro rebajado.” Tenemos que construir una carretera, una autopista, para que podamos con más facilidad llegar a él. Deberíamos allanar las montañas y llenar los valles. Necesitamos preparar nuestras vidas, para llegar a él mejor y más rápido. Las montañas son nuestras adicciones, esas cosas a las que damos demasiado importancia, que intentan controlarnos y que nos desbordan: trabajo, dinero, relaciones, entretenimiento, medios sociales, deporte, aficiones. Lo que llamamos riquezas, honor, fama, poder y placeres. Necesitamos poner medida en ellos, situarlos en su sitio, para que no nos esclavicen. Debemos ser sinceros con nosotros mismos para reconocerlos. Y también rellenar los valles: dar importancia a lo que cuenta, Dios y los demás. Poner a Dios primero y luego a la gente que tenemos alrededor. Ambos, las montañas y los valles se relacionan; no existen unas sin otros. Por eso las tenemos que aderezarlos al mismo tiempo. El Adviento nos ayuda a poner las cosas en su sitio.
Esperando a Jesús podemos tener dos actitudes: una activa y otra pasiva. Mejor la segunda y salir a buscarlo, sin esperarle a que venga. Como las vírgenes prudentes que salieron de ellas mismas a saludar al esposo, cuando oyeron que venía. Debemos tener nuestras lámparas encendidas, llenas de aceite, en llama, iluminando el camino que nos alumbra su venida.
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