Segundo Domingo de Adviento
Hoy la Iglesia nos presenta a San Juan Bautista como modelo a seguir. Era el Precursor, aquel que venía primero. Su misión fue abrir los caminos del Señor, ser testigo de la luz, preparar los corazones de los hombres para que Cristo pudiera entrar. Nuestra misión es seguirle los pasos. Él vino hace dos mil años; ahora nos toca a nosotros. ¿Cómo podemos hacerlo, si hemos perdido nuestro camino y nuestra vida está llena de oscuridad? Primero debemos encontrar el camino, y estar seguros de que nuestra alma esté llena de luz. Eso es lo que tenemos que hacer estos días. Esta es nuestra misión para el Adviento. Juan el Bautista nos abre camino con su ejemplo.
No es fácil ser precursor, abrir los caminos, ir delante anunciando la venida de otro, ser puente entre dos lados. Llamamos al Papa Pontífice, que significa constructor de puentes. Los cristianos estamos llamados a construir puentes entre la gente, a anunciar a Cristo al mundo, a ser lámparas que alumbran en medio de la oscuridad de nuestra sociedad atea. Juan el Bautista nos dirige a la eternidad y otra gente puede seguir nuestros pasos. No es fácil encontrar la puerta angosta que lleva al paraíso.
¿Qué es lo que hizo Juan? Se fue al desierto, para encontrar silencio, soledad y simplicidad. Comió langostas y miel silvestre, y se vistió con pelo de camello. Debemos buscar un lugar solitario alrededor de nosotros, donde podemos hablar en silencio, el lenguaje de Dios; encontrar la soledad para estar solos con Dios; y vivir una vida simple, como Juan el Bautista. En este tiempo de Adviento, debemos encontrar ese lugar donde desarrollar nuestra vida espiritual, para ver las cosas con ojos diferentes, los ojos de Dios. Comemos langostas, cosas que no nos gustan, nos vestimos con piel de camello, la modestia, y buscamos la miel, la dulzura de Dios.
Juan el Bautista era un hombre duro, fuerte. No nos gustaría encontrarnos con él a solas en el desierto. Su cuerpo parecía formado de raíces de árboles; su piel era áspera y quemada por el sol; sus ojos emitían un fuego profético. No podríamos sostener su mirada. Sólo Jesús lo hizo, cuando Juan no quiso bautizarlo. Estuvieron a punto de pelearse. Para seguir al Bautista hace falta el don de la fortaleza, para no tener miedo a los enemigos de fuera, para poder defender la verdad, aunque nos cueste la cabeza como a él. Fortaleza es el único don del Espíritu Santo que es también una virtud cardinal.
San Juan Bautista es el único santo que lo celebramos dos veces al año, su nacimiento y su martirio. Normalmente celebramos de los santos el diez natalis, su nacimiento a la vida eterna, cuando acaban su vida terrena. Pero el Bautista, ante de que naciera, fue santificado en el seno de su madre, cuando Isabel se encontró con la madre de Jesús, las dos embarazadas. Así es como los dos bebes se encontraron y Juan salto de gozo lleno del Espíritu Santo. Nosotros, al contrario, hemos sido nacidos en el pecado, y tenemos que esperar a morir, para volver al seno de Dios. Ahora estamos esperando con gran expectación el nacimiento de Jesús, que está todavía en el seno de su madre. Deberíamos seguir las huellas de María para asistir a su nacimiento.
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