Listen

Description

26 de noviembre

Jeremías 23:5–6

“Vienen días —declara el Señor— en que levantaré a David un Renuevo justo, un Rey que reinará sabiamente y hará justicia y rectitud en la tierra. En sus días Judá será salvo e Israel habitará confiado. Y este será su nombre con el cual será llamado: El Señor, justicia nuestra.

GENTE HERMOSA

En los días del profeta Jeremías —unos seiscientos años antes del nacimiento de Jesús—, muchos del pueblo escogido por Dios se habían apartado de Él y habían caído en la incredulidad. Siguieron a falsos maestros y líderes corruptos que los llevaron a la idolatría. Sin embargo, aún quedaba un remanente fiel, personas que permanecían leales al verdadero Dios. A través de Jeremías, el Señor les prometió que reuniría a todos sus fieles y los bendeciría.

El Señor anunció ese tiempo glorioso diciendo:

“Vienen días en que levantaré a David un Renuevo justo, un Rey que reinará sabiamente y hará justicia y rectitud en la tierra.”

Con la palabra “renuevo”, Dios nos hace pensar en un brote o retoño que surge de un tronco muerto o del suelo donde un árbol se ha podrido. Con esta imagen, Dios apuntaba al Mesías venidero: Jesucristo.
Sus raíces, o su linaje, provenían de la descendencia del rey David. Pero para el tiempo de su llegada, el esplendor del reino de David se había marchitado bajo los gobernantes impíos que le siguieron.

El Mesías, sin embargo, vino a restaurar la gloria del trono de David, aunque no de la misma manera. Jesús es Rey, pero su reino es espiritual, no terrenal. Es un reino en el que Él reina con gracia en los corazones de quienes tienen fe.

Dios cuida de su pueblo y lo salva. Envió a Jesús para hacer lo que es “justo y recto en la tierra.”
A diferencia de quienes rechazaron a Dios y vivieron en desobediencia, Jesús vivió en perfecta obediencia a la voluntad del Padre y fue completamente inocente de todo pecado.
Él vivió así por nosotros, y Dios acreditó la perfecta justicia de su Hijo a nuestra cuenta.

Por eso su nombre es:

“El Señor, justicia nuestra.”

Revestidos de la pureza de Cristo, somos gente hermosa ante los ojos de Dios, y por la fe en Jesús somos bendecidos al formar parte de su glorioso y eterno reino.

Oración

(Del himnario luterano “Christian Worship” – himno 376)

Jesús, tu sangre y tu justicia
 son mi belleza, mi vestido de gloria;
 y cuando el mundo arda en llamas,
 vestido con ellas alzaré gozoso mi cabeza. Amén.