Jesús nos llama a estar vigilantes, no como administradores del dinero, sino como servidores de la gracia (Lucas 12,39–48). San Pablo nos recuerda que hemos sido liberados del pecado y hechos servidores de la justicia (Romanos 6). Sin embargo, en demasiadas parroquias se valora más la aportación económica que la dignidad de la persona. Este episodio es una reflexión pastoral y profética para sacerdotes, ministros y fieles: el mayor tesoro de la Iglesia no es su cuenta bancaria, sino su gente. Cristo no nos mide por lo que damos, sino por cómo amamos. Volvamos al corazón del Evangelio: la oración, la humildad, la confesión, la Eucaristía y el servicio—y seamos servidores del Servidor.