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Hoy viajaremos en el tiempo, a la antigua Jerusalén, cerca de la Puerta de las Ovejas, a un lugar especial, pero lleno de desesperanza: el estanque de Betesda.
Un lugar que albergaba a muchos enfermos, ciegos y paralíticos, todos con una misma esperanza.

La creencia popular decía que, de vez en cuando, un ángel descendía y agitaba el agua del estanque.
El primero en tocar el agua después de la agitación se sanaría milagrosamente.
Entre la multitud, un hombre destacaba por su sufrimiento prolongado: llevaba paralítico 38 años.

Jesús, en una de sus visitas a Jerusalén para una fiesta judía, vio al hombre.
Acercándose con compasión, le hizo una pregunta que, a simple vista, parecía obvia:
"¿Quieres ser sano?"
"Señor, no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando se agita el agua; y mientras yo llego, otro baja antes que yo".

El hombre, más que una respuesta, dio un grito de frustración y soledad. Nadie se había detenido a ayudarle en casi cuatro décadas.

Pero Jesús no vino a ofrecerle ayuda para entrar en el estanque, sino una sanación instantánea por Su propio poder. Con autoridad, le dijo:
"Levántate, toma tu lecho y anda".

Al instante, el hombre fue sanado. Tomó su camilla y comenzó a caminar. La sanidad fue un milagro visible, pero ocurrió en sábado, lo que generó controversia con los líderes religiosos.

Los fariseos lo criticaron por cargar su lecho en día de reposo, enfocándose en la ley en lugar del milagro de vida.
La historia nos enseña que solo en Jesús encontramos verdadera esperanza y restauración, más allá de ritos y tradiciones.
La historia del paralítico de Betesda nos recuerda que Jesús ve nuestro sufrimiento y nos ofrece una sanidad que va más allá del cuerpo, una sanidad del alma. Él nos pregunta hoy:
"¿Quieres ser sano?".  ¿Cuál es tu respuesta?

La historia del paralítico de Betesda no es solo un relato de un milagro antiguo; es un espejo de nuestra propia condición humana. 
¿Cuántos de nosotros yacemos postrados en nuestros propios estanques de desesperanza, paralizados no por una enfermedad física, sino por el miedo, la adicción, el resentimiento o la soledad?

Durante años, este hombre miró el agua, esperando una ayuda que nunca llegaba a tiempo. 
Pero Jesús no le ofreció un método o una fórmula; le ofreció Su presencia transformadora. 
Donde otros veían a un "infractor del sábado", Jesús vio a un alma herida que anhelaba ser libre.
Hoy, Jesús se detiene junto a tu propio "estanque" de limitaciones y te mira con la misma compasión infinita. 
Él no te pregunta qué te paraliza, ni por qué estás ahí, sino: 
"¿Quieres, de verdad, ser sano? 
¿Estás dispuesto a soltar tu camilla —esa excusa que has cargado por años— y aceptar una vida nueva?"

Su poder no depende de que seas el primero en reaccionar, o de que tengas a alguien que te empuje. 
Su gracia es un regalo inmediato, disponible ahora mismo. 
La verdadera sanidad comienza cuando, por fe, nos levantamos al escuchar Su voz y decidimos caminar en la plenitud y el propósito que Él tiene para nosotros.

Que esta historia nos inspira a dejar de mirar las aguas turbulentas de nuestros problemas y a fijar nuestra mirada en Aquel que tiene el poder de restaurar nuestra vida por completo.

Dios te bendiga.

Palabras de Bendicion