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Juan 2018 (12)
Palabra/ Juan 8:1-11
V.C./ Juan 8:11

Ni yo te condeno

“Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más.”

Esta palabra es realmente maravillosa, porque en ella podemos ver el mismo evangelio de Jesucristo. Al ver a la mujer que andaba en el pecado de adulterio, podemos entender cómo se encuentra el ser humano esclavizado por el pecado. Y a través de la palabra que le dijo Jesús a la mujer, podemos ver cuán preciosa y maravillosa es la salvación y la nueva vida que nos ha dado nuestro Señor Jesucristo.
Oro que por medio de esta palabra renovemos la gracia de la salvación que nos dio Jesús. Y oro que muchas ovejas con sinceridad y humildad reconozcan su esclavitud en pecados, y reciban la salvación y la nueva vida que Jesús les da. Amén.

I. La mujer adúltera (1-6)

La semana pasada vimos que Jesús enseñaba en la fiesta de los tabernáculos. Y en el versículo 53 del capítulo anterior dice que cada uno se fue a su casa. Ya se acabó la fiesta. Y ¿a dónde se fue Jesús? En el versículo 1 dice que Jesús se fue al monte de los Olivos. Este monte se encontraba al este de Jerusalén, en el valle de Kidrón. Y en él había el huerto de Getsemaní, en donde Jesús se acostumbraba a orar. Después de la fiesta, Jesús no fue a comer y dormir. Ni se fue de vacaciones. Jesús se fue a orar. ¿Con qué título oraría Jesús? En el último y gran día de la fiesta Jesús había invitado a la gente, alzando la voz y diciendo: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.” Jesús oraría con anhelo para que la gente no sufriera más, tratando de saciar la sed interior con el agua de las cosas mundanales, sino creyera en Jesús, y tuviera verdadera satisfacción y una vida fructífera que le agradara a Dios. Por eso, si vemos el versículo 2, por la mañana volvió Jesús al templo.
Y todo el pueblo vino a él. Ellos habían disfrutado la fiesta, viendo espectáculos, oyendo músicas, comiendo en los puestos y participando en ceremonias religiosas. Pero, después de la fiesta, ellos se darían cuenta de que seguían con ese vacío y sed interior. Y se acordarían la invitación que les había dado Jesús en el último día de la fiesta. Por eso todo el pueblo vino a él al día siguiente por la mañana. Y sentado Jesús, les enseñaba. En esa mañana la palabra de Jesús correría como ríos de agua viva en el corazón de la gente.

Pero, miren el versículo 3. Los escribas y los fariseos interrumpieron ese aire tan pacífico y celestial. Ellos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio. Y poniéndola en medio, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?” En Levíticos 20:10 dijo Moisés: “Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos.” También, si vemos Deuteronomio 22:23 y 24, mandó diciendo: “Si hubiere una muchacha virgen desposada con alguno, y alguno la hallare en la ciudad, y se acostare con ella; entonces los sacaréis a ambos a la puerta de la ciudad, y los apedrearéis, y morirán; la joven porque no dio voces en la ciudad, y el hombre porque humilló a la mujer de su prójimo; así quitarás el mal de en medio de ti.” Los escribas y los fariseos sabían esta ley de Moisés. Entonces, ¿por qué no apedrearon a la mujer, al sorprenderla en adulterio, sino la trajeron, y le preguntaban a Jesús qué decía? Miren el versículo 6a. “Mas esto decían tentándole, para poder acusarle.” ¿Qué esperarían ellos que dijera Jesús para poder acusarle? Ellos habían visto que Jesús era misericordioso y compasivo para con la gente. Jesús sanaba a los enfermos en días de reposo, sabiendo que los líderes religiosos querían destruirle por esa causa. La multitud le seguía a Jesús por su amor y misericordia. Entonces, en cuanto a la mujer adúltera, diría Jesús que no la apedrearan. Y podrían acusarle por quebrantar la ley de Moisés. Pero, aunque Jesús dijera que sí la apedrearan, lograrían quitarle la imagen de misericordia y compasión. Además, podrían acusarle ante el gobierno romano, ya que Israel estaba colonizado por Roma, y los israelitas no tenían la autoridad para ejecutar. Aparentemente los escribas y los fariseos buscaban cumplir con la ley de Moisés. Pero en realidad ellos utilizaban la ley de Dios, y la pobre mujer que estaba temblando de vergüenza y miedo, y la misericordia de Jesús para destruirle. Ellos eran tan hipócritas y malvados.
Y miren el versículo 6b. Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. ¿Qué escribiría Jesús? Al pensar en esos líderes religiosos hipócritas y malvados, escribiría Jesús: ‘paciencia’, y ‘que se arrepientan’. Y al pensar en la pobre mujer, escribiría: ‘misericordia’ y ‘salvación’.

Ahora, esta mujer, ¿por qué andaría en el pecado de adulterio? ¿No sabría ella la ley de Moisés? Sí la sabía. Porque todos los niños judíos, en cuanto empezaban a hablar, comenzaban a aprender el Pentateuco. O acaso, ¿no tendría miedo del castigo? Claro que sí habría temido ser descubierta, avergonzada y apedreada hasta morir. Entonces, ¿por qué andaba en el pecado de adulterio, aun después de la fiesta solemne?
Para empezar, ¿cómo llegaría a caer en el pecado? Ella era una mujer casada. Ella tenía a su marido. Pero muy probablemente su marido era un hombre machista. Ella se habría casado, soñando tener un matrimonio feliz, que su marido la apreciara, respetara y amara. Al principio fue así. Pero esa felicidad no duró ni un mes. El hombre le empezó a gritar por cualquier cosa. Le hablaba con grosería, y la humillaba. Luego comenzó a golpearla. Los insultos y golpes se volvieron pan de cada día.
O su marido era el niño consentido de su familia, y egoísta. Aunque trabajaba y ganaba dinero, no aportaba ni un quinto para la casa. Él no le compraba a ella ni un par de zapatos. Y no sabía convivir con sus hijos. Ella tenía que trabajar, hacer quehaceres del hogar y criar a sus hijos.
O quizá su marido era buen hombre. No la humillaba, ni la golpeaba. Tampoco era egoísta. Era trabajador, y aportaba todo lo que necesitara para el hogar. Pero, él no la pelaba. Él era indiferente de ella. Cuando regresaba del trabajo, todo lo que le decía era: “Hola”, y ya. No le daba un abrazo cálido, ni le hablaba. Se encerraba en su cuarto con lo suyo. Y no había comunicación entre los dos.
Ella anhelaba sentirse respetada, apreciada y amada como mujer. Y un día se le acercó un hombre. La verdad él buscaba a una mujer para aprovecharse. Pero para conquistarla él se aparentó amable, cariñoso y considerado. Él le mandaba mensajes por celular cada rato, y le preguntaba cómo se encontraba. Además, le daban regalos: flores, perfumes, bolsas, etc. Y un día él la invitó a salir. Ella se acordaría del mandamiento de Dios. Pero su anhelo de ser amada era tan fuerte que pensaría: “Esta vez, y ya. Será la primera y última vez.” Así aceptó el pecado.
Pero, el verdadero problema llegó después. Una vez cometido el pecado, ella quedó esclavizada por el pecado. El hombre seguía buscándola. Y ella caía una y otra vez en el pecado. Un día ella volvió en sí, y dijo: “No debo seguir en este pecado. Si me llegaran a descubrir, ¡qué terrible sería el castigo!” Pero cada vez que venía la tentación, aunque ella trataba de negar el pecado, dentro de ella surgía una fuerza que la obligaba a pecar. Al principio ella cometió el pecado por su propia voluntad. Pero después ella seguía pecando, obligada por el poder del pecado. Por eso, sabiendo la ley de Dios, y temiendo el terrible castigo para los adúlteros, y con preocupación, miedo y angustia, seguía cometiendo adulterio. Y ese día por fin fue descubierta por los escribas y los fariseos. Ella fue traída y puesta en medio de la multitud. Y se encontraba avergonzada, y a punto de ser apedreada.

A través de esta mujer adúltera podemos entender cómo se encuentra el ser humano esclavizado por el pecado. Todos los hombres caen en el pecado de alguna manera: por medio de los juegos en su infancia, o por curiosidad, o a través de sus compañeros, o por lo que dicen en internet, o contra su propia voluntad, o impulsados por los conflictos en su familia, etc. Pero ese placer del pecado del principio es la carnada del diablo. Una vez cometido el pecado, el hombre queda atrapado y esclavizado por el pecado. Y aunque ya no encuentra ningún chiste en el pecado, y se siente cansado del pecado, no lo puede dejar. Al principio el hombre comienza con el pecado. Pero después el pecado domina al hombre. El apóstol Pablo también lo descubrió, luchando contra su pecado. En Romanos 7:17 y 20 confesó él, diciendo: “De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.”
Por eso todos los hombres esclavizados por el pecado tienen que seguir pecando, obligados por el poder del pecado hasta ser descubiertos, avergonzados y castigados. A través del movimiento ‘#MeToo’ hemos visto a numerosos hombres que fueron descubiertos con sus pecados inmundos. Ellos fueron avergonzados y castigados, y su vida quedó arruinada. Pero, aunque no fueran descubiertos los pecados de los hombres en esta vida, lo serán, cuando venga el Señor Jesús a juzgar a los vivos y a los muertos. En aquel día sus pecados inmundos y viles serán descubiertos a plena luz del día, y ellos serán avergonzados y castigados eternamente. Será terrible aquel día, porque ellos no tendrán ninguna oportunidad y esperanza de ser perdonados y salvos, sino serán lanzados en el fuego del infierno para sufrir sin fin.

Todos nosotros entendemos bien esta palabra. Porque lo habíamos vivido. Como esta mujer adúltera, y como todos los hombres, así habíamos vivido esclavizados por el pecado, cometiendo pecados sucios y viles contra nuestra voluntad, en cansancio y miedo. E íbamos a ser descubiertos algún día, y ser avergonzados y castigados. Por eso clamábamos como Pablo: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:24)
Pero, por su gran amor y misericordia envió Dios a su Hijo Jesucristo para salvarnos a nosotros. ¿Cómo nos salvó nuestro Señor Jesucristo?

II. Ni yo te condeno (7-11)

Miren los versículos 7 y 8. Aunque Jesús les dio a los líderes religiosos la oportunidad de arrepentirse, ellos seguían insistiendo en preguntarle qué decía acerca de la mujer. Y ¿qué les dijo Jesús? Jesús no les dijo: “Sí”, o “No”, lo que esperaban ellos, sino les dijo: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella.” E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra.
Y ¿qué aconteció? Vamos a ver el versículo 9. “Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio.” Antes de oír la palabra de Jesús, su conciencia de ellos estaba muerta, y no podían ver a sus propios pecados. Pero al oír la palabra de Jesús, se despertó su conciencia, y pudieron ver que ellos mismos eran pecadores, y no eran dignos de apedrear a la mujer. Por eso se iban uno a uno, dejando las piedras. Y porque los más viejos tenían más pecados acumulados, se fueron primero, y hasta los más jóvenes. Y quedó sólo Jesús, y la mujer.

Ahora, vamos a ver los versículos 10 y 11. Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?” Y ella dijo: “Ninguno, Señor.” Entonces Jesús le dijo: “Ni yo te condeno.”
¿Qué significa esta palabra? Todos los hombres eran pecadores. Ellos no eran dignos de condenarla. Pero, Jesús era el Hijo de Dios. Jesús era el Dios santo mismo. Él sí era digno de condenarla y castigarla. Pero, Jesús le dijo: “Ni yo te condeno.”
¿Por qué no la condenó Jesús? En Juan 1:29, al ver a Jesús, dijo Juan el Bautista: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.” Jesús quitó el pecado de adulterio de la mujer, y lo cargó en su cuerpo. Acerca de este misterio asombroso en Isaías 53:6 dice: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.” La mujer, por alguna razón, se descarrió y se apartó por su camino, y cayó en pecado de adulterio. Y por esos pecados ella tenía que sufrir vergüenza, apedreada y muerte. Pero Dios envió a su Hijo Jesucristo como el Cordero de Dios, y en él cargó el pecado de ella. Y ¿quién fue condenado? Jesús fue condenado. Porque él llevaba los pecados de ella. Por esos pecados Jesús sufrió vergüenza. Él fue arrestado como un pecador, e interrogado, siendo bofeteado, escupido, golpeado y burlado. Por los pecados de la mujer él recibió golpes. Jesús fue azotado con látigos romanos que rasgaban el cuerpo de Jesús en cada golpe, causándole un dolor insoportable. Y por los pecados de ella que llevaba Jesús fue muerto él. Para salvarla de la muerte y el castigo eterno Jesús se entregó a sí mismo para ser clavado en la cruz y morir en lugar de ella. Y en Juan 19:31, al morir, dijo Jesús: “Consumado es.” Jesús sufrió toda la condenación que merecía la mujer por sus pecados. Jesús sufrió todo lo que ella tenía que sufrir. Y consumó su salvación. Por eso en Romanos 8:1 clamó el apóstol Pablo, diciendo: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús.” Y por esta misma razón le dijo Jesús a la mujer: “Ni yo te condeno.”

En nuestro testimonio de vida confesamos todos nuestros pecados sucios y viles del pasado delante de Dios y de nuestros hermanos. También en nuestro sogam confesamos los pecados que cometemos sin querer, viviendo en medio de este mundo. Pero, no los confesamos con vergüenza y miedo. Más bien lo hacemos con agradecimiento, gozo y esperanza. Porque nuestro Señor Jesucristo ya cargó todos nuestros pecados en su cuerpo, y sufrió nuestra condenación. Por nuestros pecados en lugar de nosotros Jesús sufrió vergüenza, castigos y muerte. Y ya no hay ninguna condenación para nosotros. Por eso ahora podemos estar en la presencia de nuestro Dios, y llevarle nuestros pecados para ser lavados por la sangre de Jesucristo. Y le glorificamos, dándole gracias por su gran amor y misericordia, y por su preciosa y maravillosa salvación que nos dio a través de su Hijo Jesucristo.

Y vamos a ver la última parte del versículo 11. “vete, y no peques más.” Esta palabra nos enseña qué nueva vida debemos vivir nosotros que somos salvos de condenación por la gracia de Jesucristo. Algunos, o muchos piensan que Jesús ya les perdonó, y pueden vivir haciendo lo que quieran. Ellos consideran el perdón como ‘la licencia para pecar’. Pero en Romanos 6:1, 2 y 11 dijo Pablo tajantemente: “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.”
La palabra de Dios es simple y clara. Dijo Jesús: “vete, y no peques más.” El que realmente se arrepintió de sus pecados, y creyó en el evangelio de Jesucristo, no puede andar en pecados, cometiéndolos de manera intencional. El que verdaderamente cree en Jesús, vive la nueva vida de no pecar más, sino servir a Dios.

Pero, después de haber vivido en pecados, quedan costumbres pecaminosas, y somos débiles contra el pecado. Entonces, ¿cómo podemos vivir esta nueva vida? En Hebreos 9:14 dice: “¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?” La sangre de Jesús tiene el poder para limpiar nuestras conciencias, y darnos un nuevo corazón que ama a Dios. A través del profeta Jeremías había prometido Dios acerca del nuevo pacto, que amaríamos la palabra de Dios y le serviríamos a él con toda nuestra mente y con todo nuestro corazón (Jeremías 31:33). Y ¿cómo se cumplió este nuevo pacto? En Mateo 26:28 dijo Jesús: “porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados.” La sangre de Jesucristo tiene el poder para realizar el nuevo pacto en nosotros. Si creemos en Jesús, el poder de su sangre limpia nuestra conciencia de pecados, y nos hace amarle a Dios y servirle con todo nuestro corazón y con toda nuestra mente. Esto no se puede hacer por nuestro esfuerzo o disciplina o auto sugestión, sino sólo por la sangre de Jesús.
También en Romanos 8:11 dice: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.” Al creer en Jesús, Dios nos da perdón de pecados y el don del Espíritu Santo (Hechos 2:38). Y el Espíritu de Dios tiene el poder de resurrección. Si el Espíritu Santo resucitó a Jesús de los muertos, ¿qué no podría hacer? El Espíritu Santo quien mora en nosotros puede guardarnos del pecado y transformarnos para que vivamos la nueva vida. El que sigue al Espíritu Santo, viviendo una vida espiritual, puede vivir la nueva vida en Jesús.

Conclusión: Todos nosotros habíamos caído en pecados de alguna manera. Y vivíamos atrapados y esclavizados por el pecado, cometiendo pecados sucios y viles contra nuestra voluntad. Estábamos cansados del pecado. Pero no lo podíamos dejar. Y lo único que esperábamos era ser descubiertos algún día, y sufrir vergüenza y castigo terrible eternamente.
Pero, Dios nuestro Padre celestial por su amor y misericordia envió a su Hijo Jesucristo al mundo. Nuestro Señor Jesús quitó todos nuestros pecados, y los cargó en su cuerpo, y fue condenado y castigado en lugar de nosotros. Así él nos salvó a nosotros de la condenación, y nos dio la nueva vida.
Oro que cada día bebamos la sangre de Jesús y sigamos al Espíritu Santo en nuestra lucha espiritual, y vivamos la nueva vida que le agrada a nuestra Dios. Oro que este precioso y maravilloso evangelio de Jesucristo sea conocido a muchos universitarios por medio de nosotros. Amén.