La empatía nos permite sentir aquello que angustia, mortifica, alegra o encanta a los otros, sin necesidad de coincidir con los gustos o experiencias personales.
Sin embargo, es complicado ser empáticos en un país sumido en la más descarnada violencia, tras un conflicto que se puede rastrear hasta donde los ojos alcancen a ver. La guerra nos individualiza y endurece, porque la supervivencia se vuelve el principio y no la comunidad.
Hoy tenemos la oportunidad de romper esas corazas y comenzar a escucharnos, a resguardarnos y protegernos; es momento de rechazar cualquier forma de violencia y, como en la historia de Roselis, trabajar por ser mejores y permitirle a nuestro entorno florecer.