Grandeza
y sencillez se unen en el hombre que celebramos este día: San
Alberto Magno. Su origen nos lleva al año 1206 en la comarca el
Danubio, y concretamente en el pueblo de Lauingen. Hijo de familia
militar, desde pequeño siente curiosidad por conocer y preguntarse
por todo lo que le rodea. Tiene ya madera de investigador.
A
diferencia de los demás no ve conflicto entre la Fe y la ciencia. Él
recordaba y defendía siempre que cualquier conocimiento procedía de
Dios. Pronto forjaría su conocimiento de las letras y las artes en
la escuela de la Catedral, donde también profundiza en la vida de
piedad.
Aquí surge una mayor inquietud por el estudio con la
reflexión teológica y la investigación científica. Da un paso más
en su trayectoria y sigue la llamada del Señor a la Vida Consagrada
ingresando en la Orden de Predicadores, los Dominicos de Santo
Domingo de Guzmán. Es el sitio idóneo para él porque, ora,
estudia, predica y enseña.
Entre los lugares donde ejerció la
Docencia se encuentran Colonia, París o Ratisbona, y entre sus
alumnos se encuentra Santo Tomás de Aquino. A éste le llamaba con
dulzura “el buey mudo” porque siempre le veía escuchando en
atenta oración y reflexión.
Pero también añadía en las clases
que cuando mugiese, sus mugidos se oirían por todo el mundo, como
profetizando cuando fuese investigador. Su faceta intelectual le
llevó a escribir y hablar de Teología, Filosofía, Ciencias,
Química y Botánica. De hecho le llamaron el Doctor Universal.
Nombrado Obispo de Ratisbona fue un hombre de oración, cuidador de
sus sacerdotes y sus almas, y un artífice de paz. No quiso estar
mucho tiempo ya que su objetivo era pasar muchos ratos en oración,
reflexión y ejercer la docencia. San Alberto Magno muere hacia 1280
y es Doctor de la Iglesia.