La
Fortaleza es un Don del Espíritu para robustecer a los corazones más
vacilantes y hacerles auténticos testigos. Hoy celebramos a San
Bernardo de Claraval, un hombre fuerte en su vida interior. Nacido en
Borgoña (Francia), el año 1091, es hijo de nobles. De niño aprende
a amar inmensamente a Jesús y profesa una gran devoción a La
Virgen.
Se nota su afán por aprender y por despegarse de las cosas
mundanas para buscar el valor de la Fe en Dios. A los veinte años,
ingresa en el Císter, en el Monasterio de Citeaux. Con él venían
un grupo de compañeros. Todos se admiran de la capacidad testimonial
que tiene hasta el punto de convertir a otros a la Senda del
Evangelio y llevarles a la vida monástica.
Su fama de santidad le
hace ser elegido Abad del propio Convento. Por entonces Europa vive
el proceso de cohesión en torno a la herencia recibida de los
antepasados por mano de los Apóstoles. Los Papas le piden que ponga
su granito de arena en la evangelización del Viejo Continente.
En su
sencillez corrigió errores en la Iglesia y dio mucha paz a los que
la buscaban o la necesitaban.
Tras sentar las bases de la Fe, su
salud se va desgastando progresivamente, retirándose a Claraval. Así
se va consolidando poco a poco su dulzura, llamándose “El Doctor
Melifluo”. El motivo era que sus escritos reflejaban no una mera
escritura sino lo que llevaba en su corazón.
Quien lo oía y leía
respiraba dulzura como la miel. Entre sus obras destacan Comentarios
a Libros de la Sagrada Escritura, así como algunas reflexiones sobre
la Virgen. San Bernardo de Claraval muere en el año 1153 y es Doctor
de la Iglesia.