Hoy, Domingo XXXIII, el Evangelio nos sitúa en la
visión de muchos ante el Templo de Jerusalén. Lo ven como
impresionante. Pero se quedan atónitos cuando el Señor les asegura
que no quedará un día de todo ello Piedra sobre Piedra.
Y necesitan
que se lo cuente con más calma y así lo hace. Les habla de lo que
sucederá en la Ciudad Santa y en el mundo cuando el pecado de los
hombres se agranda hasta llegar a ser lobos y no hermanos como Dios
ha dispuesto. Pero lo importante es que la Providencia sigue ahí
para que confiemos en Ella y no temamos.
Una confianza como la de
Santa Margarita de Escocia, que conmemoramos hoy. Nace en Hungría
hacia 1046. Procedente de familia noble, también cuenta con santos
en su ascendencia. Ella llegó a ser reina tras casar con el rey de
Escocia. La llegada había sido huyendo de la invasión normanda de
Inglaterra. El rey Malcom III les acogió y un tiempo después
llegaron los desposorios.
Su vida en el Palacio fue de lo más ejemplar
que se pueda conocer. Nunca descuidó la educación espiritual y
humana de sus hijos, y hasta todos los cortesanos se acercaban a
hablar con ella, porque la consideraban su paño de lágrimas. En la
Corte introdujo el hábito de oración, así como la Lectura
Espiritual y la de la Sagradas Escrituras.
A ella se debe la
restauración de diversas iglesias, así como la Abadía de
Dunferline. También promovió la celebración de varios concilios
para poner fin a los abusos cometidos contra la Fe. Al morir su
marido y su hijo en plena batalla, sufrió hasta tal punto que la
enfermedad le llevó a la muerte el año 1093 en Edimburgo. Santa
Margarita es Patrona de Escocia.