“Futbolero como soy, seguí a la Selección y disfruté y padecí el Mundial como cualquier hincha que quería que ganara Argentina, pero no estaba dispuesto a ir a la cancha, salir a festejar o hacerle la fiesta y compartir el festejo con los responsables de la dictadura. Y así fue. Nadie me (nos) iba a quitar el fútbol, se iba a apropiar del festejo, más allá de la fantasía de los milicos. He escrito ya, en La patria transpirada, sobre aquel momento, sobre la final con Holanda y más precisamente sobre un instante puntual de esa final: el toque de Rensenbrink en el minuto final del tiempo reglamentario. Se sabe: Argentina ganaba 1-0, nos empató Naninga de cabeza y, cuando se acababan los noventa, sale el pelotazo de derecha a izquierda sobre la cabeza de Olguín, llega el wing izquierdo naranja y ante la salida del Pato, la toca suavecito al gol. La pelota pasó al arquero y recorrió esos pocos metros hacia el arco vacío, pareció que entraba y... no entró. Pegó en el palo y salió. Zafamos”.