Una joven madre trae a consulta a su único hijo de 4 años mencionando que todavía no habla, y que solamente señala las cosas con el dedo cuando quiere algo. Dijo que quiso llevarlo al nido al inicio de este año escolar pero que no medía sus fuerzas y les hizo daño a dos niños. A uno lo mordió y al otro lo empujó con mucha fuerza. Apenas entró al consultorio y se quedó balanceándose en un rincón. No miraba al rostro ni buscaba la mirada. La madre seguía hablando de las cosas que había logrado el niño y cuando le pregunté cómo es que no se había dado cuenta de que el niño no tenía un desarrollo normal, me respondió que no lo había llevado al Control del Niño Sano y que, como era muy pequeño, el año pasado, cuando cumplió tres años, no quiso llevarlo al nido de tres años, porque le pareció que era muy pequeño.
Ya en dos oportunidades lo habían invitado a fiestas infantiles y se limitó a estar solo en un rincón. Cuando el payaso se acercó para hacerlo participar, el niño empezó a chillar y no paró hasta que estuvieron de nuevo en casa. El niño, en el consultorio empezó a mirar cómo el ventilador daba vueltas y se quedó así casi todo el tiempo de la consulta. De vez en cuando se emocionaba y saltaba y aplaudía, además de mover rápidamente sus manos como si fueran alitas. Al terminar la consulta el diagnóstico estaba hecho: el niño tenía un Trastorno Generalizado del Desarrollo, más conocido como Autismo. Y precisamente el pasado 2 de abril se celebró el Día Mundial de la Concienciación sobre el Autismo. Para que la población tome conciencia de la existencia de personas con este tipo de enfermedad, que en algunas partes del mundo afecta a una persona por cada 150 personas. Y esto varía de acuerdo a los criterios diagnósticos usados en diferentes partes del mundo.