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“Vino palabra de Jehová a Jonás hijo de Amitai, diciendo: Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y pregona contra ella; porque ha subido su maldad delante de mí. Y Jonás se levantó para huir de la presencia de Jehová a Tarsis, y descendió a Jope, y halló una nave que partía para Tarsis; y pagando su pasaje, entró en ella para irse con ellos a Tarsis, lejos de la presencia de Jehová” Jonás 1: 1-3
El profeta de Dios, que tenía un llamado, una unción y una misión, estaba huyendo de Dios. Dicho de otra manera estaba en desobediencia. La función profética Dios la estaba cambiando por una evangelística. En la mente de Jonás no cabía la idea de perdón, menos de un pueblo que eran enemigos de su pueblo y de su Dios. Por eso motivo al razonar, lo que hizo fue huir.
Nínive era la capital de una nación poderosa e idólatra, enemiga del pueblo de Israel. Los asirios siempre planeaban destruir a Israel para conquistarla. Por eso, cuando Dios le habla a Jonás para que proclame el mensaje de salvación en Nínive, este se negó.
Es muy similar a nuestra vida. ¿Cuántas veces Dios nos envía a hacer algo que en nuestro razonamiento humano no concuerda? Y casi siempre hacemos lo de Jonás… huir. Por cada vez que huimos, lo que sucede es que descendemos.
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