“Toda mi esperanza la tengo puesta en Dios, pues aceptó atender mis ruegos. Mi vida corría peligro, y él me libró de la muerte; me puso sobre una roca, me puso en lugar seguro. Me enseñó un nuevo himno para cantarle alabanzas. Muchos, al ver esto, se sintieron conmovidos y confiaron en mi Dios” Salmo 40: 1-3
La Biblia contiene muchas historias de hombres y mujeres que al poner su confianza en Dios, tuvieron que dejar muchas cosas, sabiendo que lo que Dios había prometido llegaría en el momento exacto, en el tiempo de Dios. Cuando leemos estas historias, de siervos como Abraham, Moisés, David, José o Pablo por mencionar solo algunos, las recompensas que recibieron fueron eternas.
David dejó un testimonio tremendo de fidelidad en el salmo 40, al describir que Dios no quiere sacrificios sino obediencia. La confianza y la obediencia siempre caminan de la mano. No podemos tener confianza en Dios si no obedecemos. Cuando Dios nos dice que esperemos en Él, tenemos que tener la plena seguridad que no nos abandonará. Pero si no esperamos, entonces es muy posible que tomemos otras decisiones. Para tener confianza, primero hay que tener paciencia. Una persona impaciente no confía en el tiempo de espera.