¡Que rápidos que somos para juzgar y emitir sentencia!
Ser como Jesús, tambien es dejar que Dios sea quién juzgue a las personas.
La historia cuenta de una mujer que fue sorprendida en el mismo acto de adulterio. La ley decía que debía morir. Todos estaban preparados para apedrearla, lanzar con fuerza, bronca, y saña, duras rocas que lastimaran su cuerpo, hasta matarla.
El que no tuviera pecado, podía lanzar la primera piedra. Esa fue la premisa de Jesús. La historia se relata en Juan 8:10. Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?
11. Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más.
Hoy no apedreamos. Pero matamos con nuestras palabras, nuestra indiferencia, nuestras actitudes. Tantas veces nos creímos libres de pecado, lo suficientemente puros como para condenar y tirar a matar.
Reconozcamos nuestras propias debilidades y fallas, para que soltemos las piedras, y nos reriremos poco a poco de ese lugar condenatorio en el que nos creimos por momentos superiores, juzgando sin compasión.
Un gran desafío, sobretodo cuando sos el principal perjudicado por el accionar de quien necesita misericordia.
Dios nos ayude a ser misericordiosos como el lo es, entendiendo que la misericordia triunfa sobre el juicio.