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16 de abril de 2020 - Decía el místico sufí ibn Arabí que «aquel cuya enfermedad es Jesús, no se cura jamás». Quien mejor supo explicar en qué consiste esta dolencia fue san Juan de la Cruz, en el “Cántico espiritual”, en el que el místico carmelita se pregunta: «¡Ay, ¡quién podrá sanarme!». Y es que el alma, herida de amor de Dios, siente que desfallece porque no ve a aquel al que ama, y anda desasosegada porque algo así como un dardo la punza muy adentro, abrasándola e imprimiéndole llagas; y, sin embargo, no desea que pare, sino que siga hiriendo. Más y más. Y, por si esto todavía fuera poco, el pasado Domingo de Pascua, el Papa dijo, antes de impartir la bendición Urbi et Orbi, que esa enfermedad se transmite de corazón a corazón, y que no hay nada que logre detenerla, contagiando inmediatamente de amor y de esperanza a quien entre en contacto con Jesús.