3.3. Aspectos conclusivos sobre la relación entre Poe y nuestra disquisición sobre el
deseo: Ligeia
En nuestro último escenario, tenemos la historia de un individuo que nos cuenta
cómo vivió un armonioso amorío con una dama. Luego de un tiempo, ella muere
precozmente, dejándolo en un estado entristecido frente al cual debe tomar decisiones
radicales: la posibilidad de una relación de pareja de ese talante -espontánea, mutua,
constructiva, permanente en el tiempo- es muy escasa en la condición humana. El hecho de
que ésta sea interrumpida por un factor externo, la hace de un modo admirable -pues no
expiró ante las tendencias al fracaso- y por otro lado bastante lamentable -ya que se ve
estropeada por elementos ajenos a la voluntad de los partícipes-. Ahí tenemos un delicado
ejemplo de una correlación humana provechosa, donde el deseo puede moldearse de forma
benéfica, sin llevar a los estragos que hemos descrito en nuestro estudio. Tal como la
identifico, esta historia, que excede en longitud a la anterior, asume cuatro partes
relevantes. Primero el autor hace un tributo a ella elogiando su inigualable belleza,
comparando tanto su divinidad física como su perfección erudita, con las más álgidas
creaciones de la cultura universal, haciendo de esta fémina un caso tan único como exiguo:
“Nunca advertía yo su aparición (…) de no ser por (…) su voz dulce (…) su mano
marmórea (…) Ninguna mujer igualó (…) su rostro. Era (…) un sueño de opio, una visión
aérea (…) más (…) divina que las fantasías que revoloteaban en las almas (…) de Delos”
(Poe, 1956, p.162). Luego -segunda parte- se dedica a relatarnos cómo se desarrolla una
rara enfermedad en ella, que la va llevando a una decadencia en la que finalmente fenece.
Es como si esta fatídica situación constituyera -simbólicamente- la antítesis de la fracción
inicial, donde todo era tan pulcro ahora se ve su contrario, la desgracia. Este cambio
coyuntural de la trama, lo interpreto como una transición del plano de lo material y
aparente a lo místico y eterno, cuestión sobre la cual es insistente Poe en su obra: “las
adquisiciones de Ligeia eran gigantescas, eran asombrosas (…) tenía suficiente conciencia
de su infinita superioridad para someterme con infantil confianza a su guía en el caótico
mundo de la investigación metafísica, a la cual me entregué activamente durante (…)
nuestro matrimonio” (Poe, 1956, p.164).
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Posteriormente -tercera parte- el personaje detalla cómo resolvió actuar luego de la
pérdida de este ser. Para superarla, después de un periodo de desolación, cambia su vida
mudándose a otro lugar -se traslada de Europa continental a Inglaterra- y vinculándose con
una nueva mujer. Se brinda entonces a referirnos cómo se dio esa etapa, y en especial nos
pormenoriza su consagración al diseño de una mansión como forma de volver a una
fantasía de su niñez, a modo de hacer catarsis a su sufrimiento, lo cual ahora cumple dada
su situación emocional y pecuniaria. Allí nos provee una descripción fenomenológica del
lugar que habita, como si ahora quisiera suplantar la presencia majestuosa de Ligeia con la
del ataviado aposento donde mora. De esa manera, reivindica en ambos casos la
transformación sublime de una estética convencional por una plutónica: inicialmente lo
hace al comparar su amada con otras féminas, encontrando una distancia imponderable; en
seguida se da a esta tarea al confrontar el estado inicial de la abadía, con el que logra tras
su intervención, obteniendo un domicilio que inclusive destella imágenes fantasmagóricas
tras la tapicería que cubría sus altas paredes, la cual se movía por efecto del viento, tal
como lo ve -o cree ver- el anónimo narrador: ”a medida que el visitante cambiaba de
posición en el recinto, se veía rodeado por una infinita serie de formas (…) pertenecientes
a la superstición de los normandos o nacidas en los sueños culpables de los monjes”
(Poe,1956, p.168). Esta fascinación por la belleza del lugar, parece ser un distractorsubstituto de su vida anterior en que examinaba la preciosidad en Ligeia: allí divisamos el
abismo entre la magnificencia de la divinidad de un ser vivo frente a uno inerte. Lo que
ocurre después nos demuestra cómo hay amores que simplemente no pueden ser superados
o remplazados, mucho menos por algo prosaico, mostrándonos el sentido trascendental de
esta trama, que surge de las profundidades del deseo y la psiquis. Así mismo, en esta
fracción, el narrador nos cuenta sobre su vínculo con Rowena, una señora de origen
anglosajón, el cual se dio de una manera frívola, sin mucha pasión o halago: admite que
más bien fue una unión por conveniencia. El minúsculo retrato que hace de esta coyuntura
hace contraste con el desarrollo extenso sobre Ligeia en la primera parte, e incluso con la
descripción que plasma de la residencia en esta tercera sección, lo cual figuradamente nos
revela la poca monta que representa esta relación. Señala así cómo esta situación -donde
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termina confesando que ella no lo buscaba y que esto lo hacía feliz, aunque termina
odiándola (Poe, 1838, p.32)- lo lleva de nuevo a rememorar con ímpetu a Ligeia, y a partir
de ahí deviene la resolución de esta aventura poeiana. Todo este esfuerzo por huir de su
situación, tanto de modo geográfico, como dedicándose a algo material y a otra persona,
ocurrió para percatarse al final, que esta especie de válvula no era salida, que debía
confrontar sólo y durante un debido tiempo al espectro de la fallecida antes de continuar su
vida:
en esa cámara nupcial, pasé con Lady de Tremaine las impías horas del primer mes de (...)
matrimonio (...) sin demasiada inquietud. Que mi esposa temiera (...) mi carácter, que me huyera y
me amara muy poco, no podía yo pasarlo por alto; pero me causaba más placer que otra cosa (…)
Mi memoria volaba (¡ah, con qué intensa nostalgia!) hacia Ligeia, la amada, la augusta, la hermosa,
la enterrada. Me embriagaba con los recuerdos de su (...) naturaleza elevada, etérea, de su amor
apasionado, idólatra. (...) mi espíritu ardía (...) libremente, con más intensidad que el suyo. En la
excitación de mis sueños de opio (pues me hallaba (...) aherrojado por (...) la droga) gritaba su
nombre en el silencio de la noche, o (...) en los sombreados retiros de los valles, como si con esa (...)
vehemencia, con la solemne pasión, con el fuego devorador de mi deseo por la desaparecida, pudiera
restituirla a la senda que había abandonado —ah, ¿era posible que fuese para siempre? — en la tierra
(Poe, 1956, p. 168).
En una cuarte parte, el individuo se explaya en explicarnos cómo se liquida esta
historia: inicialmente nos relata cómo, dada la ausencia de fluidez de su relación con
Rowena, empieza a añorar a Ligeia, lo cual combina con sesiones inmoderadas de opio,
reiterando un escapismo de sus circunstancias. De repente nos revela que su segunda
esposa se ve bruscamente postrada, lo cual causa curiosidad y asombro al lector, cuando
recuerda que también a Ligeia le sobrevino una ocurrencia similar52
-lo que resuena el
fenómeno de los “dobles miméticos” desde la perspectiva girardiana. Es allí cuando
inesperadamente, en la convalecencia de Rowena, se da el retorno de Ligeia. Al parecer -
sin descartar otras posibilidades- por medio de una posesión espiritual del cuerpo alicaído
de la primera. Mientras la mujer de ojos azules está convaleciente en la cama y el sujeto la
observa, tras varios insólitos sucesos, ella se levanta y se quita los velos, y es allí cuando
por alguna extraña razón, éste la ve transformada en su primer y único amor: “aquel ser
amortajado avanzó osadamente, palpablemente, hasta el centro del aposento. No temblé,
no me moví, pues una multitud de ideas inexpresables vinculadas con el aire, la estatura, el
52 Esto me hace dudar sobre el origen de sus enfermedades, si bien el contexto decimonónico, donde no había
antibióticos, posibilitaba fácilmente las pestes y padecimientos que refiere Poe en su obra.
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porte de la figura, cruzaron velozmente por mi cerebro, paralizándome” (Poe, 1956, p.170).
Nos deja así Poe con un final fragoso y abierto a la interpretación, donde nos insta a la
posibilidad de especular qué pudo exactamente suceder luego de la terminación de esta
narrativa. En ella vemos irradiados los estadios más supremos del deseo respecto al
fenómeno del enamoramiento y encantamiento del otro en circunstancias románticas, los
cuales hacen divergencia con las anteriores lúgubres historias que estudiamos, donde los
acontecimientos tendían más bien a efectos negativos que eminentes. Observamos acá
cómo el deseo puede darse también en sucesos favorables, como los de la admiración, el
embeleso y la entrega, sin dejar sin embargo de tener eventualmente ciertas características
perjudiciales cuando efectivamente fracasa el desarrollo de las pasiones, así sea con la
irrupción de la muerte (Poe, 1838, p.29): es lo único que está garantizado en nuestra vida, a
lo cual debemos enfrentarnos eventualmente, para finiquitar nuestra existencia terrena, tal
como nos lo indica el autor en el epitafio atribuido al filósofo inglés Joseph Glanvill (Poe,
1838, p.25).
Así tenemos que esta prosa, como es propio en Poe, no nos da mucha información
sobre los incidentes de la confabulación, y más bien reta al lector a completar la historia:
un muy sagaz, sugestivo y original mecanismo en la evolución de la literatura que el
polémico crítico encaja al mundo de la ficción. Quien se aproxima a este relato
principiantemente, no tiene claro si se trata de una ilusión o de una situación verídica, tal
como la describe el autor, y solo a través de lecturas sucesivas se hace más consciente de lo
que realmente ocurre. Aspectos confusos allí son los siguientes: 1) si es una misma mujer o
dos. 2) Si es algo que ocurre físicamente o si es una alucinación o un fenómeno
paranormal: si es una visión subjetiva producida por el láudano, si realmente resucita
Rowena, o si no ha muerto, si se produce una fantasmogénesis de Ligeia -independiente o
no del cuerpo de Rowena- o si presenciamos una posesión preternatural de la primera
esposa sobre la segunda; son muchas las posibilidades que puede uno generar de esta
historia y eso la hace muy particular en el corpus de Poe. 3) También se hacen
indeterminadas las circunstancias exactas de este caso, porque simultáneamente el narrador
hace repetitivas referencias al trauma de la muerte, al sueño-onirismo, la depresión, a los
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efectos de la casa donde se instala, a las consecuencias de sus estudios metafísicos, así
como a los resultados del opio en su conducta. De tal modo, no estamos del todo seguros
de la autenticidad de los hechos: si se deben a uno de esos componentes o a todos en
conjugación; si se hace alusión a un fenómeno físico, psicológico, parasicológico o a una
mezcla entre estos, lo cual hace de esta historia una de las más llamativas de Poe.
De cualquier modo, en función de nuestro presente acometido, constituye un plot
muy relevante desde el punto de vista del deseo, pues nos muestra las diferentes
manifestaciones de esta peculiar condición del humano, que puede conllevar a una serie
infinita de situaciones: en este caso en particular respecto al “amor” o desamor -al que
aludimos en nuestro primer capítulo-, a una relación de pareja y a una idealización
romántica e idílica de una escena concreta. En esta trama tenemos que el sujeto se topa con
una extraña vivencia, en que su segunda pareja también sucumbe de forma similar a
Ligeia, lanzándolo de nuevo a la reclusión y a tener que enfrentarse consigo-mismo y con
el entorno, dándose cuenta que no la ha podido superar. Esto nos señala, desde la
perspectiva Sartre-girardiana, cómo si un individuo no se sobrepone a un dispositivo de la
compleja estructura del deseo, éste se tornará recurrente en su biografía, pidiendo más y
más al sujeto, hasta que lo satisfaga o lo trascienda de alguna forma. Como lo interpreto, el
detallista protagonista no estaba preparado -por más que lo intenta- para esta situación:
debe vivir el duelo completo, lo cual constituye una lección para nuestra vida desde la
perspectiva del deseo, tal como la hemos venido ilustrando. En esta potente narración,
observamos lo afanosa que puede llegar a ser la turbación engendrada por el deseo del ser
amado -como recalcaba Sartre-, la cual puede forjar inclusive estados alterados de
consciencia: ensoñaciones, delirios, apariciones, espejismos, ilusiones, etcétera, como es
perfectamente posible en otras situaciones de nuestra vivencia, que pueden dejar severos
traumas en nuestro ser a posteridad. Este es un elemento característico de este magistral
cuento, como nos revela Halliburton, donde la fantasía y lo verídico se mezclan, tanto
como el sueño con la vigilia y los disparates psíquicos con la racionalidad. Al mismo
tiempo, percibimos en tal situación la aparición de los mediadores a los que nuestro
filósofo guía ha hecho alusión en sus análisis. Sobre ello hace referencia a la vivienda a la
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que el narrador dedica tanto detalle hacia la mitad del relato, justo después de la muerte de
Ligeia:
La habitación (...) es el complemento espacial de la consciencia del narrador, quien (...) se encuentra
en un constante estado de ensoñación. Encarna sus sueños en dicho aposento: este se convierte, al
igual que la consciencia misma, en el medio a través del cual ve la realidad. (...) es una atmósfera
que es a la vez física y mental, una (...) película a través de la cual percibe (...) su experiencia (...) es
el escenario de un doble conflicto: la lucha del sueño contra la realidad, y (...) de la muerte contra la
vida. El efecto de (...) variabilidad que el narrador crea allí, hace que (...) no sólo sea el sitio donde
la actividad se da, sino (...) el mediador de ella. Con sus "influencias fantasmagóricas" y su
"atmósfera", la habitación se hace en sí-misma participe del "horrible drama de revivificación". El
ritmo de dicha lucha, análogo a los ritmos de El Corazón delator (...) es un intento de aumentar el
terror, en la teoría de que si el primer ataque horroriza, el segundo, espeluzna aún más 53
(Halliburton, 1973, p.211).
En este momento de nuestra meditación, podemos destacar dos relevantes aspectos
que nos deja ver esta historia, frente al deseo y las relaciones interpersonales que hemos
desdoblado en los capítulos anteriores. Por un lado, vemos ejemplificados los dos tipos de
situaciones que pueden darse entre un par de individuos entrelazados, una sana y genuina,
y una forzada y farsante. Esto recuerda la necesidad de autenticidad y conversión que
Sartre y Girard señalan como ideal en las conexiones humanas, mostrándonos realmente
que la predisposición es hacia al caos. Lo previo se denota precisamente por la ausencia de
una fidedigna forma de desarrollar el deseo, y esto se identifica en actitudes y conductas
nefastas que van desde el espectro del odio hasta el de la hipocresía, el esnobismo y el
sadomasoquismo, donde los seres, en vez de superarse y contribuir a su entorno, lo que
hacen es destruirse en niveles de dependencia patológicos. Esto lo vemos claramente en
esta historia, donde choca la espontánea concordancia del protagonista y Ligeia, con la que
sostiene con su segunda compañera: una sin efusión y sin renuncia, una de interés y
53 Traducción mía: “The chamber, as in Berenice, is the spatial complement of the narrator's consciousness,
which, as he repeatedly informs us, is in a dreaming state. In the chamber, the first person embodies his
dreams. It becomes, like consciousness itself, the medium through which reality is seen. Here, as in The Fall
of the House of Usher, the medium is an atmosphere that is at once mental and physical—a kind of film the
narrator sees through, and the playing-out into space of his conscious experience. The chamber is the arena in
which are staged both of the central, and finally indistinguishable, struggles: the struggle of dream and
reality, and the struggle of death and life. The effect of motion and changeability that the narrator creates in
the chamber makes it not only the site of the activity that takes place, but the very mediator of that activity.
With its `phantasmagoric influences` and its `atmosphere`, the room is itself a participant in the `hideous
drama of revification ` that ensues. The rhythm of the struggle, analogous to the rhythms of The Tell-Tale
Heart and The Pit and the Pendulum, is an attempt to heighten terror, on the theory that if the first attack
appalls, the second, having the first to build on, appalls more".
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protocolo que está -infinitamente más que la primera- condenada al fracaso por su fatal
falta de consistencia trascendente; sobre ello nos confiesa el narrador:” Hablaré (…) de ese
aposento por siempre maldito, donde en un momento de enajenación conduje al altar -
como sucesora de la inolvidable Ligeia- a Lady Rowena” (Poe,1956, p.167). Con esto hago
alusión a los perfiles de dúos que no solo se entienden en términos químicos, sino también
intelectuales, exponiendo un ideal de pareja y expresando la insuficiencia de ellas, sobre
todo en los tiempos postmodernos, donde lo insulso y vano predomina notablemente sobre
lo estético y lo sensitivo-metafísico, algo que Poe promulgó. El otro módulo que vemos
aquí difundido, es la relevancia de que el deseo sea tratado como un dominio que permite
una sublimidad de lo humano, más allá de las contingencias sociales y cotidianas, y que
invita a no quedarse en lo animal o en lo ramplón, e ir más profundo en nuestra vinculación
con nosotros-mismos y los demás, como aportan Sartre con sus categorías de libertad y
autenticidad y Girard desde sus conceptos de trascendencia y conversión. Este panorama
nos lo procura Poe en esta genial obra, al representar los aspectos sensibles de la vida
como reflejo de lo divino, pues allí expone claramente su predilección por los temas
álgidos frente a los banales (Poe, 1838, p.29), dando una jerarquía al sentido de lo
omnipotente como tal vez no está presente en otra de sus historias.
Así, hemos visto como en este discurrir poeiano, se presentan ejemplos despejados
de la dinámica del deseo en situaciones-límite de la vivencia humana: esto tal como lo
advertimos desde nuestros autores de los primeros dos capítulos, más los aportes de
Halliburton y mi óptica particular. Comprendemos así, cómo este fenómeno tiene lugar, y
además cómo la ficción es un dispositivo que revela la verdad de su desenvolvimiento, del
modo que plantea Girard, y así mismo, cómo requiere de la naturalidad humana a la que
hacia llamado Sartre. En Poe vemos manifestado el deseo mimético girardiano en conjunto
con el deseo existencial sartreano: no se trata de un deseo trivial e intrascendente de índole
material, biológica o efímera, sino de uno que subyace en lo más recóndito de la realidad
humana, uno que penetra simultáneamente lo más frágil y potente de nuestra condición.
Con lo precedente conciliamos la disertación de nuestro tercer capítulo sobre esta temática
enigmática, que constituye un elemento capital de nuestra existencia tanto personal como
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gregaria, y del cual podemos aprender desde nuestra reflexión filosófica, para conllevar de
forma más cadenciosa nuestra vida. Esta pretensión no solo es tendencia en Sartre y Girard
desde las concepciones morales de sus críticas visiones sobre el devenir humano, también
lo es en Poe con su intención de trascender la cotidianidad a planos excelsos. Esto es algo
que podemos lograr desde la conjunción maravillosa entre filosofía y literatura,
incorporándola a nuestra vivencia, para hacer de nuestro acontecer uno menos superfluo y
al mismo tiempo perfeccionar nuestra experiencia en este mundo. Allí -como hemos
verificado-, estas dos magnánimas disciplinas, tienen un aporte elocuente y revelador para
discrepar y descifrar, como decía Nietzsche (2003, Aforismo 3), “todo lo problemático y
extraño que hay en el existir”, a lo que agregaba: “la filosofía, tal como yo la he entendido
y vivido hasta ahora, es vida voluntaria en el hielo y en las altas montañas” (p.4).
Análogamente a esa digna consigna, nuestra intención acá, ha sido ver desde lo más
elevado de la cima y lo más profundo del océano, los sentidos del deseo.