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Hace unos días escuché a un psicólogo que esta oportunidad (me sigo negando a llamarla crisis, por salud mental, no porque realmente no lo sea, y por hacer justicia a la etimología del término) va a cambiar la expectativas del anhelo en el ser humano.

Las personas en su continua y positivista visión del progreso siempre hemos volcado todas nuestros anhelos y deseos en un tiempo futuro. Sin darnos cuenta que el futuro no existe, que sólo vivimos en un presente continuo con rumbo hacia un futuro incierto, que nadie sabe y que es difícil de anticipar, por no decir imposible de predecir.

Siempre me acuerdo de la película Metrópolis de Frizt Lang, que imagina el futuro pero con aviones y trenes más propios del siglo diecinueve. Imaginamos un futuro teñido de nuestro presente. Sirva como otro ejemplo la Magistral Obra de H.G. Wells, la máquina del Tiempo.

Como decía, en este cambio en las expectativas de anhelo del ser humano, en hombre va a dejar de proyectar ese anhelo en el futuro para centrarlo en el pasado. La necesidad de recuperar esas cosas cotidianas que no les dábamos apenas valor ahora se vuelven deseables, se añoran con mucha más fuerza que nunca. Incluso en esas personas que nunca salían de casa, ahora rezan para que llegue el día en que puedan salir.

Tomar el sol en la terraza, pasear junto a un río, tomarse una cerveza a la hora del aperitivo, desayunar en el bar (mi momento del día) mientras despierto al mundo y (desde hace años procuro leer todos los días, la lectura es un bálsamo para el alma, solo en los libros encontrarás la respuesta, porque todo ha pasado ya de alguna u otra manera, y los libros son testigos de ello. Para mí la literatura es el arte supremo por excelencia.

Añoremos ahora esos tiempos, que cómo decían mis admirados “Invitados” eran esos ALEGRES TIEMPOS .