MI CREDO
El credo a que me refiero no es fácil expresarlo con palabras. Podría explicarse así: creo que, a pesar de su aparente absurdo, la vida tiene sentido; y aunque reconozco que este sentido último de la vida no puedo captar con la razón, estoy dispuesto a seguirlo aun cuando signifique sacrificarme a mí mismo. Su voz la oigo en mi interior siempre que estoy realmente vivo y despierto. En tales momentos, intentaré realizar todo cuanto la vida exija de mí, incluso cuando vaya contra las costumbres y leyes establecidas. Este credo no obedece órdenes ni se puede llegar a él por la fuerza. Sólo es posible sentirlo
«De acuerdo con mi experiencia, el peor enemigo y corruptor de los hombres es la pereza mental y el ansia de tranquilidad que les conduce a lo colectivo, a las comunidades de dogmática fijamente establecida, ya sean religiosas o políticas». Así comienza este libro de Hermann Hesse (1877-1962), el autor, entre obras obras, de Siddharta, Demian, El lobo estepario, Juego de abalorios.
Testimonio que ratifica en otra frase: «No debes desear una doctrina perfecta, sino el perfeccionamiento de ti mismo»
Herman Hesse Vivió las dos últimas guerras europeas con el mayor desasosiego. De ahí su crítica constante para todos los que se ponen al servicio del poder.
En Mi credo nos permite conocer su valoración de las personas, a quienes divide en «racionales» y «piadosas». El racional —indica— aspira al poder. El piadoso se siente parte de la Tierra.
Entre los segundos nombra a Sócrates y al «Salvador» (Jesucristo), quienes sufrieron vergonzosos juicios por parte del poder y el pueblo, y se pregunta, si cediendo ambos en su postura, si no habiendo sido tan heroicos, sus jueces les hubiesen perdonado, pero su conclusión es que: «haciendo culpable al enemigo de su muerte» triunfaban sobre él.
Dice Herman Hesse en una época en la que la abducción por los dispositivos móviles estaba todavía bastante lejana: «Me siento en el vagón del tren y observo a dos jóvenes que se saludan porque la casualidad los ha reunido. Lo que hablan, si bien se observa, es de una insensatez total, es un jeroglífico helado en el mundo sin alma donde vivimos constantemente y cuyas estalactitas penden sobre nosotros».
Es demoledor cuando Hesse comenta que «Las hormigas también libran guerras; las abejas también organizan Estados; las marmotas también acumulan riquezas». Desmintiendo la prevalencia de un ser humano que en su arrogancia se cree único.
Uno sabe que está cerca del autor cuando lee estas páginas; Hesse, está ahí. Polifacético, temeroso, valiente. Por eso, al llegar al final, que acaba con un pequeño cuento de los hermanos Grimm, no puedes dejar de emocionarte, dice así:
«Una huerfanita hilaba, sentada sobre el muro de la ciudad, cuando vio salir un sapo de una hendidura. Rápidamente extendió junto a ella su pañuelito de seda azul, que los sapos aman con pasión y solo a ellos se dirigen. En cuanto el sapo la vio, dio media vuelta, volvió con una pequeña corona de oro, la colocó sobre el pañuelo y se fue de nuevo. La niña tomó la corona; centelleaba, y la formaban los más delicados hilos de oro. Al poco rato, el sapo volvió y, al no ver la corona, se deslizó por el muro y golpeó contra él su cabecita, lleno de dolor, hasta que sus fuerzas se agotaron y cayo muerto. Si la niña no hubiese tocado la corona, el sapo habría sacado más tesoros de la hendidura».
Por eso partir de ahora no me preguntéis más en qué creo; mi creo en mi como decía Lennon, creo en el perfeccionamiento de uno mismo. Creo que la vida tiene sentido, aunque como dice Hesse este sentido no lo pueda captar con la razón. Creo que el sentido de la vida es VIVIRLA.
No creo en la política, al menos en la política como la conocemos hoy día, concebida a la extinta manera de la guerra fría, a la manera de la revolución industrial,los rojos, los azules, el revanchismo, los ismos. Ideas caducas para un mundo que agoniza.
Según Mark Stevenson, autor de Un viaje optimista por el futuro
Los ingenieros no construyen puentes desde una perspectiva de derechas o de izquierdas. El ingeniero construye puentes desde una perspectiva basada en la evidencia y, con el paso del tiempo, la construcción de puentes ha ido mejorando.
Por el contrario, un político hace las cosas desde una perspectiva de derechas o de izquierdas. Y ya habrás notado que, con el paso del tiempo, la política ha ido empeorando…
Cuando dos politicos coinciden en una misma habitación, el uno siempre piensa del otro «¿se interpondrá en mi camino? ¿Dañará mi reputación? ¿Existe un conflicto de intereses?»
Cuando dos ingenieros se encuentran dicen: «Hola, tengo un problema, ¿puedes ayudarme?». Si lo piensas bien, el tema de las ideologías es bastante curioso.
Cuando trabajo con políticos siempre me sorprende que alguien de extrema izquierda sea literalmente incapaz de ver o creer que, en ciertas situaciones, el mercado libre es la mejor manera de distribuir un recurso.
Del mismo modo, un político de extrema derecha es literalmente incapaz de entender que, en ciertas situaciones, es una buena idea que el Estado gestione un bien común.
En vez de buscar la mejor solución, se niegan a ver la solución. Ese es el problema con las ideologías. Se recurre a ellas para facilitar la gestión del mundo pero, como impiden ver la otra mitad de la realidad, al final resulta más difícil gestionarlo.
Por el contrario, los ingenieros solo se basan en la evidencia.
Las ideologías son un buen tema de conversación cuando estás tomando una copa el viernes por la noche. Pero si quieres salvar el mundo, piensa como un ingeniero.
Se que algunos pensáis que yo soy un rojo subversivo
Se que otros pensáis que sois un dogmático reaccionario.
Pero las dos cosas no puedo ser, y os recomiendo a todos vosotros que así pensáis que indaguéis en un concepto de la Psicología que se conoce como “Sesgo Cognitivo”; aunque yo lo llamo simpleza, falta de profundidad en el razonamiento, de la reducción al simplismo, de blancos y negro, de buenos y malos.
Idiotas, letrados, dogmáticos e Infantilizados, que hacen del mundo un lugar peor, y mucho más peligroso, un mundo al que no aportan nada, vomitando continuamente sus amargos estertores.