Yo adivino el parpadeo
De las luces que a lo lejos
Van marcando mi retorno
Son las mismas que alumbraron
Con sus pálidos reflejos
Hondas horas de dolor
Y aunque no quise el regreso
Siempre se vuelve
Al primer amor
La vieja calle
Donde el eco dijo
"Tuya es su vida, tuyo es su querer"
Bajo el burlón
Mirar de las estrellas
Que con indiferencia
Hoy me ven volver
Volver
Con la frente marchita
Las nieves del tiempo
Platearon mi sien
Sentir
Que es un soplo la vida
Que veinte años no es nada
Que febril la mirada
Errante en las sombras
Te busca y te nombra
Vivir
Con el alma aferrada
A un dulce recuerdo
Que lloro otra vez
Tengo miedo del encuentro
Con el pasado que vuelve
A enfrentarse con mi vida
Tengo miedo de las noches
Que pobladas de recuerdos
Encadenen mi soñar
Pero el viajero que huye
Tarde o temprano
Detiene su andar
Y aunque el olvido
Que todo destruye
Haya matado mi vieja ilusión
Guardo escondida
Una esperanza humilde
Que es toda la fortuna
De mi corazón
Volver
Con la frente marchita
Las nieves del tiempo
Platearon mi sien
Sentir
Que es un soplo la vida
Que veinte años no es nada
Que febril la mirada
Errante en las sombras
Te busca y te nombra
Vivir
Con el alma aferrada
A un dulce recuerdo
Que lloro otra vez
Hola amigos, ahora hay que volver, volver a hacer este Podcast, volver al trabajo, volver a la rutina, volver a salir a la calle, volver a lo cotidiano.
Volver a la realidad, volver a la normalidad, porque no puedo volver a ninguna nueva normalidad.
Y no está siendo fácil, que contradictoria es el alma humana, que desea siempre aquello que no tiene. Cuando no podía salir, hubiera dado un dedo de mi mano por poder salir un momento. Ahora que puedo salir, ya no me apetece tanto y muchos de estos día he permanecido en casa.
Todo esto viene a colación de un publicación que mi amigo Moli, colocó en Facebook, era una foto de un Twit de el diario el Pais que decía así:
Lo llaman el “síndrome de la cabaña”: personas que vivían estresadas, pero que han llevado bien el confinamiento, con tiempo para ellas, sus seres queridos y sus aficiones y que volver a la normalidad les genera estrés.
Hasta aquí todo bien, pero el acompaña a ese Tweet, el siguiente comentario:
“No es signo de buena salud el estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”
Krishnamurti.
Y me dio bastante que pensar, pero la historia no acaba ahí, su publicación la había compartido de un tal Marcos Fonruge un Creativo Publicitario, que apostillaba el Tweet del país con este otro comentario:
Y así, queridos amiguitos, es como los medios de comunicación se delatan como herramientas de modificación de la conducta, para que te creas que querer ser feliz en casa es una desviación y que lo normal es que te guste vivir estresado y explotado.
Y la verdad es que me sentía identificado con ambos comentarios, tanto como el de mi amigo Moli como el del tal Marcos, aunque en principio esperen opiniones que van en sentidos opuestos.
Está claro que hay algo de anormalidad en adaptarse a una circunstancia como la que estamos viendo, en una sociedad, que en eso coincido, está profundamente enferma y aquí Moli juega con esta enfermedad del Covid extrapolando a esas otras enfermedades de las que el mundo viene aquejándose en estos tiempos modernos: Depresión, Egoismo, Ansiedad, Estupidez, Tristeza, etc.
Igualmente el comentario de Marcos, pone de manifiesto en que podría ser posible una supuesta manipulación de los medios (aunque en este caso puntual, lo veo un poco exagerado, y discrepo de que esa fuera la intención real del periodista) para hacernos sentir culpables a aquellos que se hayan podido sentir cómodos en el confinamiento,
Personalmente creo que es una postura inteligente intentar revertir una situación de encierro forzado asumiendo y descubriendo ese mundo interior de cada uno de nosotros al que no le prestamos atención. Pero no todos somos iguales y mucha gente ha sufrido lo indescriptible con el encierro, y en esto intervienen cientos de factores. La casa donde vivas, con quién vivas, tu salud, tu estado económico, y un largo etcétera.
Yo personalmente he llevado bien el confinamiento, pues desde los primeros días pensé en hacer todas aquellas cosas que siempre quise hacer y que por falta tiempo, decidí volverme en ello. Algunos días, hasta me faltaban horas. Fisicamente si que lo he sentido, he cogido peso, y he bajado bastante la actividad física, con los dolores que en mi caso conlleva.
Y también he de reconocer que desde que se abrió la posibilidad de salir, el mero hecho de salir me causa un extraño estrés y hay días en los que prefiero seguir en casa. Algunos ya lo llaman el síndrome de la Cabaña.
A raíz de la publicación de Moli, empecé a leer sobre esto:
Si hay quienes, en cuando se permitieron las salidas por horarios, se echaron a las calles disfrutando, por fin, de un rato de paseo, hay otros que encontraron más reparos. Tras casi cincuenta días sin salir de casa, y en medio de una situación tan complicada como la crisis del coronavirus que se vive, la esperada salida no resulta para todos una idea tan placentera.
Se habla entonces del «síndrome de la cabaña», aunque es importante especificar que no se trata de una patología como tal. Es así como llamamos al fenómeno que experimentan algunas personas: tras pasar confinados tantos días, sienten miedo por volver a salir a la calle.
«Cuando hablamos del "síndrome de la cabaña", nos referimos a un estado anímico, mental y emocional que se ha estudiado en personas que, tras pasar un tiempo en reclusión forzosa, han tenido dificultades para volver a su situación previa al confinamiento», explica la psicóloga Sandra Isella,.
Este estado es el que experimentan algunas personas estos días en los que comienza la desescalada: «Se siente miedo, incluso pánico o fobia, por volver a salir a la calle; queremos quedarnos en casa, que es un lugar en el que nos sentimos seguros»
Así que Llegado el esperado momento de pisar las calles de nuevo, muchas personas eligen quedarse en casa por seguridad o comodidad.
Tanto tiempo esperando volver a la vida cotidiana y, al final, hay quien se echa para atrás. Tras el anuncio del regreso a las calles, las complejas fases de la desescalada y la meta de la nueva normalidad, muchos ciudadanos sienten, como en El ángel exterminador de Luis Buñuel, que quizás aún no es el momento de salir. Quieren extender el #QuédateEnCasa hasta el infinito.
Los motivos son varios: el miedo a contagiarse, la ansiedad ante el regreso al exigente ritmo de la realidad o el haber descubierto que la sencilla vida en el hogar es placentera.
Un hombre de unos 30 años comenta: Esa presión ha cedido durante estas semanas de confinamiento”, confiesa. Ahora vuelve la dura realidad y además he perdido el empleo.
Otros se han encontrado tan a gusto en casa, tan ajenos a la vorágine exterior, que ahora les invade la pereza al volver a montarse en el carrusel y tener que elegir qué ropa ponerse.
Nuestros domicilios se han convertido en un refugio, a salvo de la enfermedad y el mundo.
“Hemos establecido un perímetro de seguridad y ahora tenemos que abandonarlo en un clima de incertidumbre”,
Igual que el primer mecanismo de defensa fue comprar papel higiénico, ahora es quedarse atrincherado, sobre todo cuando permanecen las dudas sobre los síntomas del Covid-19.
“Vivimos en la sociedad del hacer: siempre haciendo cosas, siempre produciendo”
Las personas que vivían estresadas y hayan llevado bien el confinamiento, con tiempo para ellas, sus seres queridos y sus aficiones, ahora pueden ser reacias a volver a su frenética vida anterior.
Hay enseñanzas que podemos extraer de este confinamiento, como explica el escritor y sacerdote Pablo D’Ors, que el promueve el ejercicio de la meditación.
Primera lección: la vulnerabilidad, “darnos cuenta de que no somos dioses. Lo sabíamos, pero se nos había olvidado”.
Segunda: la interioridad, “no quedarnos en el entretenimiento; si estamos dentro, ir de verdad dentro. Hacer silencio, repetir una oración, respirar conscientemente, atender los latidos del corazón, pasear con lentitud, mirar la naturaleza, jugar con tu mascota”.
Tercera: la solidaridad.
Y, por último, la austeridad. No es que se pueda vivir con menos, “es que se vive mejor”.
En la mili, durante las primeras semanas se contaba el tiempo para salir, en las últimas “el humor se hacía cada vez más sombrío porque la cabeza se había llenado de imaginarios que activaban muchas formas de miedo”
Miedo a que la libertad no cumpliese las expectativas, miedo al paro, a tomar decisiones, a dejar la vida organizada por una autoridad.
La situación ahora es similar: “Para algunos ese miedo es mucho menor que el sufrimiento de un piso pequeño y de las penalidades de un confinamiento sin medios”
“Aun así, la vuelta a la cotidianidad nos hace ser conscientes de que lo cotidiano es un mundo lleno de claroscuros, de gozos y de sombras. Quizás, como los niños que sienten miedo a la oscuridad y oyen un ruido, preferimos taparnos con la manta que salir al pasillo a comprobar qué pasa”
¿Dónde está el reto?
En dominar el miedo y conseguir un equilibrio entre la vida hacia dentro y la vida hacia fuera. “Muy pocos saldrán transformados de este largo retiro obligatorio, pero creo firmemente que son esos pocos los que harán que el mundo vaya haciéndose más hermoso”